Un thriller de acción y espionaje que bebe del género negro, ambientado en la hambrienta Barcelona de posguerra, en la que se instaló una colonia nazi protegida por el franquismo, cuya temida Brigada Político-Social torturaba a placer a represaliados y vencidos. Y un doble homenaje, «al importante papel de las mujeres y a los cines de barrio que fueron un refugio y permitieron soñar a tantos niños de padres ausentes tras la guerra». Todo ello aúna El chico de las bobinas (Destino), novela que Pere Cervantes.

«El primer mes fue angustioso [se refiere al confinamiento]. Fui incapaz de escribir y me refugié en la lectura, en clásicos como El conde de Montecristo. Ni Netflix, ni HBO. Y reduje el consumo de información», explica Cervantes (Barcelona, 1971), que al hablar de la novela apela a sus tres años como Observador de Paz para la ONU en Kosovo y para la UE en Bosnia-Herzegovina. «Vi la posguerra en los Balcanes, las barbaridades que se cometen contra las mujeres en la guerra. Y lo llevé a 1945 porque las víctimas siempre son las mismas, las mujeres. En Pristina, hoy, solo ves gente joven, porque muchos de 40 a 50 años murieron, y mujeres, que son las que reconstruyeron el país, como pasó en la España de posguerra». En el libro, una de ellas es Soledad, esposa de un maqui y madre de Nil, chaval de 13 años al que un bombardeo dejó manco.

«Como en Kosovo, aquí muchas mujeres se prostituyeron para sobrevivir y conseguir comida. Este es un libro de duelo. Quería reflejarlo para no olvidar lo que pasó», señala este veterano del género negro con novelas como Golpes. Nil, y un cromo que le da un hombre agonizante, es el nexo de unión entre «un nazi de la Gestapo, la policía franquista y los republicanos». «La tristeza por el cierre de cines» que Cervantes sentía antes del covid se ha agudizado. «Da pena ver carteles donde aún se anuncian los estrenos del 5 de marzo. El tiempo se paralizó».

Recuerdos de cine

El libro, un «homenaje al cine», recuerda que «la Metro Goldwyn Mayer tenía en la calle Mallorca 201 unos estudios de doblaje donde manipulaban lo que exigía la censura franquista» e imagina «una librería clandestina donde se ven películas prohibidas como El gran dictador».

Ante la pandemia, cree que la gente puede hallar refugio «en la cultura, un bien esencial». «Yo lo he hallado en la literatura pero Netflix ha ganado en dos meses 5.200 millones de dólares. Hemos cambiado las salas de cine por nuestro sofá y Netflix. Desgraciadamente también ha habido récord de descargas ilegales de contenidos audiovisuales y libros», lamenta.

Teme por los cines. «Las nuevas generaciones son prácticas y anteponen la instantaneidad a la calidad. Muchos ven películas en el móvil. Espero equivocarme, pero creo que la agradable sensación de que ir al cine es un ritual de familia, una forma de relacionarse irá evaporándose», lamenta desde su casa de Benicássim.