La Cuba de los años 80 era alegre y sabrosa por sus borracheras, destartalada por sus colas interminales («concentración de personal en los lugares de expendio de productos comerciales»), y vergonzante por su racismo y machismo que ni Marx ni Lenin ni Stalin lograron erradicar. Una Cuba de piropos callejeros («¡Abusadora! ¡Asesina! ¡Tremenda goma de repuesto!») y de conductores de autobús (guagüeros) vacilones que lucían carteles como «El Rey del timón» o «Quita que te tumbo».

Mauricio Vicent, periodista, retrata esta Cuba de sus recuerdos de estudiante en el cómic Crónicas de La Habana. Un gallego en la Cuba socialista. El joven madrileño se marchó en 1984 a la isla del Caribe para conocer la Revolución. «Por aquel entonces tenía 20 años y estaba bastante harto de la vida en España. La movida madrileña estaba en su apogeo, pero tanto exceso aburría…», dice Vicent.

En la obra relata sus primeros años como estudiante becado de Derecho y Sociología en La Habana. Sus peripecias, divertidas y chispeantes, están ilustradas por el mejor dibujante de cómic cubano de todos los tiempos: el mítico Juan Padrón, el Ibáñez cubano. Su personaje más carismático, Elpidio Valdés, es más conocido en el país de Fidel que Batman o Supermán y tan respetado como el Ché.

Elpidio es un mambí, un insurgente cubano que luchó, machete en mano, contra los españoles en las escaramuzas previas al desastre del 98. El eterno defensor de las libertades, un Capitán Trueno frente al español opresor.

El relato, que no evita detalles dolorosos sobre la realidad en la Cuba socialista de los años 80 (como las sanciones a los llamados tronaos por cuestiones políticas, conductas inmorales u homosexualidad), es en general benévolo, aunque no exento de sarcasmo. El castrismo antes del ocaso de la URSS es un régimen de chirigota al que se le cuelan por todo el larguero el mercado negro de divisas o la prostitución incipiente.

En sus recuerdos, los cubanos tratan de salir adelante burlando el régimen, como las parejas que al casarse recibían del Gobierno dos cajas de cerveza que vendían por 1.000 pesos para después divorciarse.

Este extenso cómic autobiográfico (264 páginas), que ha lanzado Astiberri, celebra el carácter orgulloso de un socialismo tropical en el que una portera increpa a los ricos turistas que le pisan lo fregado («¡Pero.. coño! ¡No pasen por aquí! ¡No ven que’stoy limpiando?»).

En un tono documental y autobiográfico, Vicent y Padrón presentan datos históricos sobre las relaciones entre Cuba y EEUU, el bloqueo y toda esa vaina.

Pero el grueso del tebeo aporta detalles sobre el habla criolla, el modo de vida cubano, el trueque de alimentos («¡Cambio arró por lech’en polvo!») o los chocantes títulos de las películas rusas (Ave blanca con pinta negra o ¡Cuidado, tortuga!). Padrón, un genio del humor, se recrea en las penurias del gallego para conseguir una tele en color, preservativos o un sitio donde hacer el amor (templar).

El padre de Elpidio Valdés dibuja con cariño (y un pelo de condescendencia) las manifestaciones que el 1º de Mayo llenaban de consignas la plaza de la Revolución («¡Fidel seguro, a los yankis dales duro!»), demostraciones de las que el gallego se escabullía, discreto, para tomar un daiquirí y fumar un pitillo en La Habana Vieja.