Es un perfecto ejemplo de ese humanismo que durante años ha sido el bien más preciado de la cultura francesa. Florence Delay (París, 1941) empezó como actriz de cine --nada menos que la Juana de Arco en la película de Robert Bresson--y de teatro --con el director de escena Jean Vilar, otro monstruo--. Entre muchas vidas posibles eligió la de la escritura --narrativa, teatro y guiones de cine-- y siguiendo los pasos de su padre, el escritor y académico Jean Delay, es hoy una de las cuatro mujeres que forman parte de la Academia Francesa y una notable hispanista.

El muy afrancesado sello Demipage ha publicado Mis ceniceros , una delicada pieza de orfebrería en la que Delay traza un impresionista retrato de sí misma al ritmo sincopado y efímero de los cigarrillos que ha fumado y de su rastro de ceniza. "El tabaco es una excusa para saltar de tema en tema a través de una forma fragmentaria, en párrafos breves que duran lo que un pitillo. Este tipo de composición es delicado porque requiere una calculada ligereza, que se pierde irremisiblemente si se ponen dos o tres palabras de más", explica.

Lejos de ser una defensa del tabaco, intenta más bien convertirse en un réquiem a un estilo de vida que ya no existe: "Ahora un cigarrillo se ha convertido en algo repulsivo. Pero yo he querido acercarme a la sensación de fascinación que, por ejemplo, despertaba en mí cuando de pequeña veía a mi madre fumar en boquilla. Una belleza que estaba también en el hermoso diseño de los paquetes de cigarrillos, de la bailaora de los Gitanes...".

"Fumar puede matar" se advierte. Demasiado prosaico para Delay. Ella guarda como un tesoro una pitillera que compró en México, un dibujo de Diego Rivera que reproduce la muerte, un esqueleto emplumado y sonriente, junto a Frida Kahlo. Es el memento mori (recuerda que has de morir) que siempre lleva encima. "Con el argumento, loable, de proteger a los ciudadanos se ha acabado también con una forma de vida. La ley ha sustituido a la conciencia".

Evocando momentos

El humo le sirve también a la señora académica para remontarse por sus recuerdos. Como aquel día en el que vio a Hemingway con un notable habano en la plaza de toros de Bayona --ciudad de la que su abuelo era alcalde-- aquel verano sangriento en el que seguía el duelo Dominguín-Ordóñez. O el pique entre François Mauriac y su padre --fumador empedernido de los Gitanes de marras-- a cuenta de sus respectivas nieta e hija, ya que ambas habían participado en sendas películas de Bresson, pero solo Delay encarnaba a la santa nacional, un papel de mayor enjundia. O aquel momento en que el gran poeta René Char, amigo de su madre y consumidor de unos cigarrillos que se apagaban continuamente, le regaló las obras completas de Federico García Lorca animándole: "Anda, traduce lo que amas", sellando así su amor por la lengua castellana.

Ese amor le llevó, a traducir a Gómez de la Serna, que siempre fumaba en pipa. "Vengo a España y digo que mi autor español preferido es Gómez de la Serna, a quien aquí tienen prácticamente olvidado, y me miran como si fuera una marciana". Por eso Delay hace prometer que su querido escritor aparezca en este texto. Sea.