Quizá suene raro definir así a alguien que transmitía candor y disciplina cada vez que abría la boca, pero Fred Rogers es una figura radical de la cultura popular. Durante más de 30 años usó su plataforma, el show televisivo infantil Mister Rogers’ Neighbor-hood -para entendernos, algo así como una versión anglosajona de Un globo, dos globos, tres globos-, para promover valores por entonces casi ausentes en la televisión y el discurso público estadounidense como la compasión, la tolerancia, la paciencia, y el respeto a los sentimientos de los niños. Y eso lo convirtió no solo en un bien cultural esencial de país, sino en algo parecido a un revolucionario. Es perfectamente posible, y del todo razonable, que usted nunca antes hubiera oído hablar de él, pero para solucionar eso está Youtube.

«Él predicó la necesidad de permitir que los niños sean niños y que aprendan a conocerse a sí mismos antes de verse obligados a lidiar con el mundo», afirmaba Tom Hanks en el pasado festival de Toronto al presentar el biopic Un amigo extraordinario, en el que interpreta a Rogers. «Si más gente hubiera tomado ejemplo de él, sin duda seríamos una sociedad más rica y evolucionada». La película, por la que el actor fue nominado tanto al Oscar como al Globo de Oro, acaba de estrenarse en Movistar Plus.

Mister Rogers’ Neighborhood se emitió de forma interrumpida entre 1968 y 2001. En él, a lo largo de 912 programas, su creador y presentador usó marionetas, canciones y dosis inagotables de amabilidad para ayudar a los jóvenes espectadores a superar emociones complicadas como el miedo, los celos, la esperanza y el dolor y asuntos espinosos como el divorcio y la muerte. Y, para recrear esa singular capacidad de empatía, Un amigo extraordinario se sitúa al final de la carrera del entretenedor, pocos años antes de su jubilación -murió menos de dos años después de ella, en el 2003, víctima del cáncer- en concreto, toma como punto de partida un artículo publicado en 1998 en Esquire en el que el periodista Tom Junod relataba cómo conoció al presentador y cómo, pese a su inicial desconfianza, se convirtió en su amigo para siempre.

Rogers ya había sido ordenado pastor presbiteriano cuando la televisión se cruzó en su camino a principios de los 50; en ella vio una forma de comunicación excepcionalmente poderosa, y se propuso demostrar que podía usarse como herramienta educativa y no solo como forma de entretenimiento vacuo. Desde su nacimiento, Mister Rogers’ Neighborhood se propuso funcionar como excepción en el contexto de una programación infantil descaradamente orientada a vender juguetes a los niños. «El programa habló con frecuencia de la guerra de Vietnam, defendió el feminismo, e incorporó en su equipo a un colaborador afroamericano en una época en la que la segregación racial era especialmente sangrante», recuerda Hanks. «Dado que había estado a punto de trabajar en la iglesia, entendía perfectamente el valor de un púlpito, y eso es lo que la televisión fue para él».

El orgullo del necio

¿Qué pensaría Rogers de la América de Donald Trump, mentirosa y orgullosamente ignorante? ¿Qué opinaría de las redes sociales, vertederos de odio comprimido en no más de 280 caracteres? Su cosmovisión, basada en la generosidad, en la ingenuidad, en la honestidad emocional, es del todo anómala considerada desde la perspectiva de nuestro presente; y eso probablemente ayuda a explicar la reivindicación de su figura que ha tenido lugar en los últimos años -de visionado recomendable es el documental ¿Quieres ser mi vecino? (2018)- y de la que Un amigo extraordinario funciona a modo de culminación. «Estamos inmersos en unos tiempos marcados por el miedo, y creo que todos tenemos la sensación de estar perdiendo la capacidad para conectar los unos con los otros, para escucharnos y para ponernos en la piel del otro», sentencia Hanks. «Por eso estoy convencido de que ahora necesitamos la sabiduría de Fred Rogers mucho más que nunca antes».