"Fantástico", exclamó el rey Juan Carlos. "Es magnífico", le secundó la Reina. El veredicto coincidió con el de la mayor parte de la avalancha que ayer inundó la catedral de Palma de Mallorca para ver la piel cerámica con la que Barceló ha revestido la capilla del Santísimo.

"Nos alegra que sea mallorquín, que sea español y que la obra se quede aquí", prosiguió el monarca, intentando expiar su pecado de haber regalado al Guggenheim de Bilbao, años atrás, un Barceló con que le había obsequiado la Comunidad Autónoma Balear. Al entrar en el recinto catedralicio, el Rey saludó a su hermana Pilar de Borbón. El protocolo la situó justo detrás de Joan Fageda, exalcalde de Palma, que se vio obligado a meter la piqueta en su casa de Portopí por la acción judicial de un vecino que denunció una obra ilegal.

MISA SOLEMNE La inauguración oficial de la capilla de Palma se inició con una misa a la que no asistió el agnóstico pintor, que escuchó desde una sala contigua las plegarias por él: "Pedimos por el artista Miquel Barceló, porque el Dios de la belleza lo bendiga". Horas antes, un centenar de madrugadores convocados por la asociación ARCA, de defensa del patrimonio, vio frustrada su ansia de belleza. Se había elegido para el acto el 2 de febrero porque ese día, a las ocho de la mañana, se produce un fenómeno lumínico espectacular: el rosetón frontal de la catedral proyecta todo su colorido bajo el rosetón trasero.

Nadie dio el aviso de que las puertas de la Seo permanecerían cerradas por seguridad hasta entrada la mañana. La ministra de Obras Públicas, Magdalena Alvarez, fue la máxima representante del Gobierno español, al impedir la agenda de trabajo la asistencia de la ministra de Cultura, Carmen Calvo. Ocupó un lugar preferente, mientras que la familia del artista contempló la inmortalidad de su apellido desde la tercera fila de bancos, junto a la crítica de arte Dove Ashton y el marchante Bruno Bischofberger.

Barceló no tomó la palabra en la ceremonia de inauguración por decisión propia. Irrumpió en la capilla momentos antes de su bendición, junto con el escritor y amigo Biel Mesquida, cuyo nombre no ha podido inmortalizar en la cerámica, al igual que el del ceramista Vicenzo Santoriello y el del canónigo impulsor del proyecto, Pere Llabrés. Mesquida protestó porque el Ejecutivo autonómico colocó en la capilla un segundo atril por parte del para que las letras y el escudo del Gobierno insular se visualizaran en los medios.