Ricardo Darín (Buenos Aires, 1957) vive en su ciudad natal, pero tiene un pie en España, donde dice que nació por segunda vez. Hijo de actores que no alcanzaron la fama, el protagonista de El secreto de sus ojos se define como el tipo con más suerte que conoce. Algo más debe de tener para haberse convertido en uno de los actores mejores dotados de su generación. Hoy estrena en España (incluida Cáceres, Plasencia y Badajoz) el thriller Tesis sobre un homicidio , donde da vida a un venerado abogado que sienta cátedra cada vez que habla y que, de repente, se ve eclipsado por un joven alumno.

--Usted siempre habla muy bien de España. ¿Cómo ve al país ahora? ¿Quizá como la Argentina precorralito? ¿En absoluta decadencia?

--Tanto no. Pero veo con tristeza síntomas como desazón y bajada de energía, que es algo muy humano por otra parte. Y eso es lo que más me preocupa. La crisis es una realidad. Hay crisis, es verdad. Pero hay algo que me preocupa tanto como eso. Y es la petrificación, el miedo. El hecho de que alguien se pregunte para qué voy a hacer algo si nada vale la pena. Para qué voy a salir de casa, para qué luchar, por qué me voy a esforzar, para qué trabajar, para qué estudiar... ¿Para qué hacer nada si nada vale la pena? Eso me preocupa tanto como la crisis. Porque los países no son empresas. No cierran. No nos vamos a ir. Sé que suena a discurso hiperoptimista, aunque solo trato de ser positivo.

--¿Sociedad adormecida? Pero mire el 15-M o la plataforma antidesahucios.

--No digo adormecida. Me refiero a bajar la guardia en lo personal, no en lo comunitario. La sociedad no está dormida. Todos estamos haciendo oír nuestra voz. A lo que me refiero es a levantarte de la cama, salir, pegarte una ducha si tienes la suerte de tener agua calentita, y salir a currar, a intentar sacar a tu familia adelante. Ahí me preocupa lo de perder energía. Cuando uno se ve apresado por la realidad hay que sacar fuerzas de donde no las tiene para salir adelante. Porque siempre ha sido así. Estamos acostumbrados a convivir con la injusticia. La clave es ver cómo seguimos adelante.

--Usted no baja la guardia. Criticó a la presidenta de su país, Cristina Kirchner, a quien le cuestión su crecimiento patrimonial. Le costó un conflicto.

--Forma parte de las reglas del juego. Si un ciudadano eleva su voz y consigue que un funcionario de tan alto rango se dedique a contestarle, algo más o menos bueno se produce en el mundo.

--¿Lo volvería a hacer?

--Sí.

--A pesar de las críticas.

--Debo ser honesto. Aquello no me causó problemas más allá de la sensación térmica. Dije lo que pienso, algunos estuvieron a favor y otros en contra. La democracia es eso, que cada uno diga lo que piensa.

--Candela Peña, con la que coincidió en Una pistola en cada mano , recogió el Goya y sus reivindicaciones sociales causaron un terremoto.

--Sí, la atacaron. Igual que a Maribel Verdú. A veces, los artistas, que gozamos del privilegio del abrazo y del beso en la calle, sentimos la necesidad de devolver lo que recogemos. Y a veces lo que recogemos son voces de quejas. Cuando nos ponen un micrófono delante, tendemos a ser portavoces de tanta agente que se acerca a nosotros y que nos dice cuál es su sufrimiento.

--Hablemos de Tesis sobre un homicidio . Ha sido un éxito en Argentina. ¿Cree que españoles y argentinos tenemos parecidos gustos cinéfilos?

--En algunos casos sí que nuestros corazones y sensibilidades son afines. En otros no. Pero tengo la sensación de que en España a la gente le va a interesar. Por muchos motivos, algunos cinematográficos y otros no.

--¿Cuáles?

--Los que tiene que ver con el devenir de la sociedades en esta crisis global en la que todos estamos buscando un poco de justicia. No hay nada que sea más evidente en los últimos tiempos que la falta de justicia. En todos lados, no solo en Argentina y España.

--Se enfrenta con Alberto Ammann. ¿Qué tal el duelo?

--Muy bien. Yo doy vida a un señor que, desde una cátedra, está dispuesto a transmitir su sabiduría y sus opiniones a sus alumnos. Y llega un joven estudiante Amman que desafía a su maestro y lo intenta destruir. La gran pregunta que sobrevuela es por qué. Y ahí aparece el trabajo mental del espectador. Aquí se nota la juventud del director Hernán Goldfrid. Con su forma de ver el cine, demuestra algo que siempre sospeché y que es de difícil demostración: que la audiencia nunca es pasiva. En cualquier obra de arte, la mirada de cada uno es la pincelada final.