--La historia de Estados Unidos está llena de gángsteres, ¿qué tiene de especial Frank Lucas?

--Frank Lucas era un traficante de heroína, sí, pero, si pasamos por algo ese detalle, su carrera debería ser objeto de estudio en las facultades de economía. Llegó a controlar el negocio de la droga en Nueva York con estrategias comerciales admirables. Eliminó la figura del distribuidor, porque volaba al Sureste Asiático para comprar directamente a los productores, usó un ingenioso método para introducir la droga en suelo americano y la vendió con mayores niveles de pureza y a un precio menor que cualquiera de sus rivales. En un tiempo relativamente corto, amasó una fortuna astronómica.

--¿Le admira usted?

--¿Da esa sensación?

--Bueno, uno no contrata a un actor tan carismático como Denzel Washington para que interprete a un gángster si no espera que el público simpatice con él.

--Lucas es una personalidad compleja que formó parte de una sociedad también muy complicada. Sus delitos son innegables, pero, una vez capturado, colaboró con el detective Richie Roberts, interpretado en la película por Russell Crowe, en el desmantelamiento de la mayor red de corrupción policial de la historia de la ciudad. Yo no considero que American Gangster sea la típica crónica del ascenso y caída de un delincuente mítico, sino el retrato realista de un tiempo muy duro. En la película, tanto el mundo de Frank Lucas como la ciudad misma de Nueva York están despojados de todo glamur, a diferencia de muchas películas de gángsteres previas.

--¿Significa eso que, de algún modo, American gangster cuestiona las convenciones del género?

--No, simplemente quise retratar de forma fiel cómo funcionaban las cosas en esa época. No entiendo por qué el cine siempre dibuja el mundo de los gángsteres como algo lujoso y ostentoso. En aquella época, si te pavoneabas por ahí con un abrigo de chinchilla y un sombrero estrafalario o tenías asientos en primera fila en el combate entre Muhammad Alí y Joe Frazier significaba que eras un famoso o que estabas conectado con la mafia. Por eso, los mafiosos listos solían ser discretos.

--Da la sensación de que usted conoce bien ese mundo.

--Pasé mucho tiempo en Nueva York a principios de los 60 con una beca para estudiar arte. No tenía dinero. Me alojaba en un hotel que daba asco, y me pasaba día y noche haciendo fotos. Me pateé las calles de Harlem y de The Bowery, que era una zona de guerra, llena de cuerpos tirados en el suelo, de borrachos que bebían hasta morir, literalmente. No digo que me codeara con traficantes, pero sí con gente cercana a ellos. Sí, conozco ese mundo.

--No debió de ser fácil retratar algo que ya no existe. Nueva York ha cambiado mucho.

--Es cierto, trabajamos duro para encontrar ciertas localizaciones y tuvimos que reconstruir otras. Por otra parte, a veces todo se reduce a saber cómo y dónde poner la cámara, y, sinceramente, eso se me da bien. Yo pienso en imágenes, así que puedo entrar por primera vez en una habitación y, en solo cuatro minutos, saber exactamente cómo voy a rodar allí una escena.

--¿También en el trabajo con los actores? ¿Qué diferencias hay entre dirigir a Denzel Washington y dirigir a Russell Crowe?

--Es muy similar, porque ambos son excepcionalmente inteligentes. Es importante saber qué necesitan para sentirse cómodos, porque solo así darán lo mejor de sí mismos. Yo nunca había trabajado con Denzel, pero mi hermano Tony lo ha dirigido cuatro veces y siempre me dice que es uno de los mejores. Se sumerge completamente en el personaje.

--Con Crowe, en cambio, ha hecho tres películas y está rodando otra.

--Sí, es uno de los mejores de su generación. Compartimos una sensibilidad muy específica. Yo suelo hacer un cine enérgico y musculoso, y Russell es pura virilidad, aunque eso no significa que nos pasemos el día echando pulsos. Nos entendemos muy bien, aunque no ha sido fácil por nuestros respectivos egos. Yo creo que, finalmente, he logrado controlar el mío.