Robert Antoni tiene tres pasaportes: uno de Trinidad, isla caribeña en la que su familia hunde sus raíces desde hace 200 años, otro de Bahamas, donde vivió buena parte de su vida y un tercero norteamericano, ya que nació en Detroit y reside en Nueva York. Para abundar en la variedad, viaja constantemente a Barcelona, donde viven sus dos hijos. Así que nadie mejor que él para retratar esa ceremonia de la confusión que es el tiempo que sigue a la cuaresma.

Lo hace precisamente en Carnaval (Anagrama), una novela que ha tomado prestada la estructura a Fiesta , de Ernest Hemingway. Donde el norteamericano puso toros y encierros, el caribeño coloca música, desenfreno y mestizaje. "Hemingway estaba obsesionado con la pureza --de la raza, de la cultura, del lenguaje-- y yo, justo con lo contrario, por eso es como si hubiera travestido a Hemingway de negra gorda".

En Carnaval , tres personajes, un blanco, un negro y una mujer, regresan desde Nueva York y Londres, a Trinidad, la isla en la que nacieron, para verse inmersos en el torbellino del Carnaval. "En Brasil, es una cuestión de clubes, de pertenencia a una escuela de samba. En Nueva Orleans, un desfile que ves pasar. En Trinidad, te ves obligado a sumergirte en la fiesta, tienes que protagonizarla, no puedes ser espectador", dice.

"Ser caribeño es una condición muy contemporánea", reflexiona el autor tras sacar cuentas de que bajo su aspecto anglosajón se sitúa una identidad que reúne a europeos, negros, indios (de la India) y musulmanes. Cualquier diferencia queda anulada durante tres días. "Disfrazarse es ponerse la máscara para convertirse en otro", señala.