LOS ADMIRADORES de Ernesto Sabato acudieron ayer al velatorio instalado en el Club Defensores de Santos Lugares, donde jugaba al dominó. "Cuando me muera, quiero que me velen acá, para que la gente del barrio pueda acompañarme en este viaje final... Y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias, pero en el fondo un buen tipo... Es a todo lo que aspiro", pidió Sabato. Concluido el sepelio, una larga caravana de autos acompañó al cortejo fúnebre que trasladó los restos del escritor al cementerio Jardín de Paz, en la localidad bonaerense de Pilar, donde fueron inhumados en una jornada lluviosa y destemplada. En la foto, su hijo Mario y su mujer, Elvira, ante el ataúd, ayer.