¿Coincide la agenda de los museos con la agenda social? ¿Cómo se relacionan con el territorio? ¿De qué manera se pueden conjugar sus visiones de mayor o menor universalidad -pensemos en Mérida o en el Etnográfico González Santana- con el espacio ciudadano en que están inscritos? ¿Las diferentes actividades de las instituciones museísticas se ajustan a los perfiles de sus visitantes o de los habitantes de la localidad en que están construidos? ¿Podemos arrogarnos la capacidad de saber «qué quiere la gente»?

Esa es una gran pregunta.

Si no pensáramos a lo grande, si no creyéramos en que hay ciertas pedagogías posibles, el Ciclo de Música Contemporánea del Museo Vostell-Malpartida no se hubiera planificado jamás. Recuerdo a Alberto Flores, conservador y organizador del ciclo, diciéndome que al principio iban 20 malpartideños como mucho. Que aquello era muy raro. Y ahora se llena, porque en el Vostell han surgido, también, propuestas de investigación en tradición oral, arte sonoro y música experimental.

En la Fundación Helga de Alvear, que está en Cáceres, se han organizado, desde esta mañana (comienzan a las doce, precisamente con una visita al Vostell), unas jornadas a destinadas a profesionales, con los que se ha ido trabajando anteriormente, pero no solo) sobre pedagogías y políticas comunitarias en museos y espacios culturales, llamadas Arte + Territorios + Pedagogías de contexto.

Antes de estas jornadas, se ha realizado un trabajo de campo con ocho museos de Extremadura. Lo han hecho Juanjo Pulido y Sabah Walid, de Underground Arqueología, que es una empresa que plantea proyectos de investigación, revalorización y socialización del patrimonio cultural. Esto puede que no les diga nada, pero uno de sus logros más bonitos (porque es un proyecto precioso) es la creación del SOPA, el Congreso Internacional sobre Educación y Socialización en el Medio Rural. El primero se realizó en Malpartida de Cáceres en 2013, pero luego lo han hecho en Galicia y Buenos Aires (y Zalamea, también, Chile o Colombia). En los SOPA se consigue que la gente conozca su patrimonio y lo comparta: también los niños. Cuando uno conoce la historia propia, la de sus tradiciones, puede entender cómo se ha construido su identidad. Hay mucho patrimonio que ha de escribirse y reescribirse. Alguno, se ha de descubrir. Me lo contaba Elena Poniatowska, premio Cervantes: hay muchos lugares de México que aún no están en los mapas, aunque estén habitados.

Todos los museos tienen programas pedagógicos: ¿cómo se piensan las instituciones desde ellos? ¿Cómo se transmite el amor por el arte, por ese espacio, por lo que hay en él? ¿Qué papel tienen las políticas públicas? (La frase más repetida siempre, da igual cuándo lean esto y sobre qué entidad, es «falta personal» y su variante «no hay medios suficientes»). ¿Cómo se resuelven la mediación artística y la educación en los museos de nuestro territorio? Amparo Moroño, de La Colectiva Errante (la organizadora de las jornadas, por cierto) y Eva Morales, del colectivo Pedagogías Invisibles, han realizado este informe.

Se van a presentar experiencias de trabajo en las que la comunidad ha tenido una participación activa. Se realiza en muchos sitios: en Extremadura, de forma casi incipiente, pero sí: hay propuestas para que sean los propios vecinos los que decidan las necesidades de sus municipios (no todas, ojo: hay necesidades relacionadas con políticas sociales que puede que los habitantes no quieran: pongamos un centro de recuperación de toxicómanos) . En algunas ciudades también se han realizado proyectos que sitúan a la cultura en el centro. Se hizo en El Prat, desde tres ámbitos. Uno, los Laboratorios, espacios en los que se analizan los problemas entre las escuelas y las familias para proponer acciones concretas. Otro, los Proyectos, procesos educativos de larga duración en los colegios: de teatro, música, danza, conocimiento del patrimonio de la ciudad, su historia y tradiciones; fomento de la lectura, inglés, artes visuales... Y el tercero, los Entornos de Aprendizaje, encuentros formativos entre profesionales que permiten conocer las experiencias que se han tenido en otros programas.

Eso es lo que se está haciendo estos días en la Fundación Helga de Alvear. Cada vez que conozco iniciativas de estas, quiero participar, construirlas, proyectarlas. Los profesionales que las realizan han ido formándose con ayuda de otros, porque se necesitan conocimientos que abarcan muchas áreas: arte, pedagogía, acción comunitaria (y etc.). También se precisa de una reflexión sobre los planes de estudio universitarios en estos tiempos de cambio y crisis y transformación. Y no, no estoy diciendo que la Universidad deba adaptarse a la empresa, bajo ningún concepto. La Universidad ofrece saberes, no competencias profesionales, o no solo (dicho con todo el simplismo del mundo, porque el debate está abierto desde que yo estudiaba). Ojalá haya más proyectos así, en todas las instituciones: necesitamos una sociedad en la que sepamos que podemos participar.