Por supuesto, Salman Rushdie se hizo famoso gracias a su novela de 1988 Los versículos satánicos y, más concretamente, por la fatua impuesta sobre él por el ayatolá Jomeini. Sin embargo, su obra más prestigiosa es Hijos de la medianoche , que repasa la historia de la India desde su independencia en 1947 hasta la guerra con Bangladesh en 1971, a través de un relato de infancia y juventud trufado de realismo mágico. Rushdie es guionista, productor y narrador de su adaptación al cine, dirigida por Deepa Mehta, que acaba de estrenarse en España. Habló con EL PERIODICO durante su presentación en el Festival de Toronto.

--Han pasado 33 años desde que se publicó Hijos de la medianoche. ¿Se reconoce en aquel escritor?

--He cambiado mucho aunque, por otra parte, mi interés sigue siendo explorar el potencial conflicto entre las vidas pequeñas e íntimas de la gente corriente y los grandes sucesos que azotan el tiempo en que viven. Mis libros preguntan: ¿puede el individuo ayudar a perfilar los contornos de su tiempo? Asimismo, Hijos de la medianoche nació de un amor por la India que aún siento. Cuando la escribí vivía en Londres, y me preocupaba acabar perdiendo los lazos con el país donde nací y crecí. El libro fue mi modo de reivindicar ese pasado, esa herencia y esa historia como algo mío.

--Debió de ser gratificante que millones de indios la leyeran.

--¡Millones no, trillones! Existía una edición pirata del libro que se vendió de forma brutal. Sus responsables ganaron tanto dinero que empezaron a mandarme felicitaciones por mi cumpleaños. No bromeo. Era como si quisieran echar sal en la herida.

--¿Por qué ha tardado el libro tanto tiempo en ser adaptado al cine?

--Hubo varios intentos de adaptarlo, pero no funcionaron, y yo ya me había resignado a que nunca sucedería. Un día, cenando con Deepa, me preguntó: ¿quién tiene los derechos de Hijos de la medianoche? Contesté: Los tengo yo. Y se los vendí por un dólar. Simplemente sentí que era la persona adecuada para el trabajo.

--Ella tuvo que convencerle para que escribiera el guión, ¿por qué?

--Porque pensé que mi relación con el relato ya se había agotado. Pero luego comprendí que si iba a ver la película y no me gustaba me odiaría por no haber participado en ella. Teniendo en cuenta que es la primera de mis novelas que se convierte en película y que en su día fue muy importante para mí, decidí implicarme. Además, yo siempre he amado el cine.

--¿Cómo nació ese amor?

--Ya de niño era adicto a las películas. Veía seis o siete a la semana. Crecí en una ciudad, Bombay, que está obsesionada con el cine y donde hay una sala en cada esquina. De hecho, quise ser actor, pero fui lo suficientemente listo para no ponerme en ridículo. Ahora, cada vez que me ofrecen hacer algún cameo digo que sí. Will Ferrell me ofreció aparecer en Pasado de vueltas junto a Lou Reed y Julian Schnabel, los tres vestidos de pilotos de carreras. Me dio mucha pena que al final no se rodara esa escena.

--¿Por qué sigue siendo relevante la historia de Hijos de la medianoche?

--Porque refleja dos facetas de la sociedad india que siguen vigentes: por un lado su increíble optimismo y potencial, por otro su empeño en traicionar ese potencial por culpa de, por ejemplo, la corrupción endémica. En realidad, ese conflicto no es exclusivo de la sociedad india, de modo que creo que es una historia universal y siempre vigente.

--¿Complicó el rodaje su difícil relación con el mundo musulmán?

--Cómo no. Un representante del gobierno iraní exigió al gobierno de Sri Lanka, donde estábamos rodando, que se nos prohibiera seguir adelante. Sospecho que no era un alto cargo, sino solo un mindundi que quería ganar puntos frente a sus jefes. El caso es que el presidente de Sri Lanka nos había garantizado personalmente su permiso, y cumplió su palabra. El rodaje se detuvo dos días.

--Casi 25 años después de la fatua, ¿sigue usted teniendo miedo?

--En absoluto. Ya han pasado 11 años desde la última vez que se me pidió que me cubriera las espaldas. Eso es más tiempo del que la condena a muerte misma duró. Una de las razones por las que esperé tanto tiempo a publicar Joseph Anton, mis memorias sobre ese periodo, es que quería esperar hasta sentir que aquél era un capítulo cerrado de mi vida, que tenía un principio y un final.

--¿Por qué sintió la necesidad de escribirlas?

--Nunca está de más recordar que vivimos en unos tiempos de terror, y que es malo que la gente no diga ciertas cosas por miedo las posibles represalias. Yo no tengo por qué estar de acuerdo con lo que usted ni nadie dice para respetar su derecho a decirlo, y eso es algo que en algunos sectores del islamismo no se entiende. Creer que es aceptable atacar físicamente a quienes te ofenden es una reacción propia de bárbaros. El mundo musulmán tiene que acabar con esa forma de pensar.

--¿Cómo?

--No creo que lo logre. No hay más que fijarse en cómo la Primavera Arabe está provocando un nuevo auge del islamismo extremista. Y parte de la culpa de ese extremismo la tiene Occidente. Los liberales dicen: No queremos que los musulmanes se enfaden, respetémoslos, pero no es cuestión de respeto sino de miedo. Además, Occidente se rindió a los saudís y su petróleo, y ellos han utilizado su ilimitada riqueza para construir madrazas que propagan una ideología puritana y extremista.

--¿No le hizo la fatua aprender a morderse la lengua?

--Durante un tiempo lo hice y luego me arrepentí mucho. Ahora tengo una edad en la que ya nada me importa demasiado. Mi tiempo es finito: con mucha suerte me quedan 20 años; con poca, me quedan 10. Así que durante ese tiempo voy a hacer y decir lo que quiera, sin preocuparme por lo que piensen los demás.

--¿Cómo le gustaría ser recordado?

--Mi amigo el también escritor Martin Amis suele decir algo que me gusta mucho: Lo que yo espero dejar tras de mí es un estante lleno de libros. Yo estoy de acuerdo: a la hora de irme quiero poder entrar en una biblioteca y decir, "entre éste y aquél son todos míos". Por lo demás, es imposible predecir cómo tratará la posteridad esos libros. Puede que dentro de cien años Hijos de la medianoche ya no sea mi libro más prestigioso. Tal vez entonces nadie se acuerde de Los versículos satánicos. H