Tiene Santiago Posteguillo un aire inequívoco de profesor que es lo que en realidad es. Aunque no de historia, como tocaría, sino de filología inglesa. A este hombre que ha ganado el Planeta le gusta describir los pormenores de las barbaridades que perpetraron los emperadores romanos y su entorno como si fueran parte de su familia. En el fondo, con sus ficciones dice haber reconstruido el viejo sueño épico de su infancia, cargada de batallas y aventuras. Su último descubrimiento que ha llevado a su novela Yo, Julia es que algunas matronas romanas fueron muy, pero que muy poderosas.

-Nos presenta a Julia Domna, la mujer más poderosa y terrible del imperio. Yo creía que era Livia, la esposa de Augusto, a quien Robert Graves en su ‘Yo, Claudio’ la pintó como la gran mujer manipuladora.

-Pero si me lo permite, lo de Livia era caza menor. Livia se limitó a eliminar a aquellos que podían hacer sombra a su hijo. Julia fue a por cuatro emperadores, y eso da la medida de la dimensión de lo que estamos hablando, para que su marido pudiera gobernar.

-¿Por qué no ha sido más conocida?

-Hay muchos personajes femeninos que han quedado ocultos en la historia porque esta la han contado los hombres y hasta hace muy poco no hemos tenido la sensibilidad para ser ecuánimes en el relato histórico. Yo mismo también entono un mea culpa porque en mis primeros libros, las mujeres apenas tenían peso en el relato.

-Había que buscarlas.

-Y buscarlas bien, porque Suetonio apenas las trata. Julia me ha obligado a releer la historia con más atención. Además es una mujer enamorada.

-¿Se podría decir que ha renunciado a la testosterona?

-No, porque en el libro tenemos dos buenas batallas campales. No he cambiado mi estilo, sencillamente he trasladado el foco. De hecho, si hay batallas es porque Julia las ha provocado.

-¿En un entorno tan violento, una mujer no se ve un poco obligada a olvidarse de lo que es?

-Bueno, ella es una mujer muy guapa. Y eso es una herramienta adicional para influir en los hombres. Eso es un estereotipo

-Eso le iba a decir…

-Sí, pero no me negará que la combinación de las armas de los hombres con las suyas la hacen más poderosa.

-Dentro de la superproducción que son sus novelas, ¿qué es lo que se va a encontrar el lector?

-Mi novela empieza donde termina Gladiator, que es una película estimable pero no muy rigurosa. Cómodo no murió como se muestra ahí, fue envenenado y más tarde ahogado en su propio vómito. Pero una de las escenas más impactantes de la novela es la que lo muestra matando personalmente a montones de personas, tullidos, heridos, gente maniatada como una forma de entrenamiento.

-Un tipo simpático.

-Sí, en otra escena le muestro enloquecido queriendo emular uno de los trabajos de Hércules en el que se dedica a disparar flechas hacia la parte superior del coliseo donde estaban las mujeres patricias.

-¿La clave de una buena historia es el entretenimiento?

-Yo hago literatura de entretenimiento a mucho orgullo y a mucha gala. Ese tipo de literatura puede tener calidad literaria, no digo que la mía la tenga, pero por lo menos, lo intento. Estoy convencido de que no hay que trazar una frontera entre una y otra. No hay que olvidar que Lope llenaba teatros porque era entretenido.

-¿Qué le pareció que en la gala del Planeta no hubiera ningún representante de la Generalitat?

-Pues que cuando el president de la Generalitat o el del Gobierno central lean Yo, Julia y den su opinión, entonces yo opinaré sobre sus decisiones políticas.

-¿Qué enseña el Imperio Romano a nuestro presente?

-Que si Roma pervivió 1.000 años fue por su capacidad de unidad, su unión administrativa que iba desde Caledonia hasta Siria, pasando por África. Eso nos tendría que enseñar que desunidos siempre nos ha ido fatal.