¿Cuándo empezaron Pretenders a perder credibilidad ante el público y los medios que los habían aupado con sus primeros álbumes, en los albores de la new wave? Debió de ser en algún momento entre la deriva radioformulable de Get close (1986), firmado por una banda de alineación casi irreconocible, y el éxito de una balada tan inofensiva como I’ll stand by you (1994), a medida que Chrissie Hynde escondía las uñas y se asentaba como estrella confortable de mediana edad.

Pasados los años, muchos, a esta oriunda de Akron, Ohio, que se sumergió en el Londres pre-punk de la mano de Nick Kent (y fichó como articulista por el New Musical Express), se la ve comprometida en la misión de devolver a Pretenders al lugar del que salió: aquel rock espoleado por el punk y con médula pop, esquivo y lenguaraz, de chaqueta de cuero y quiebro romántico, enamorado de los mejores riffs de los Kinks (entre otros). De aquella banda solo quedan Hynde y el batería Martin Chambers, pero Hate for sale presume de cierto espíritu de banda desde su misma portada (es el primer disco grabado por esta formación, que lleva junta alrededor de una década), y trata de contagiar la naturalidad del local de ensayo. No hay más que oír cómo empieza el álbum, con ese arranque en falso del tema titular, que acaba saliendo disparado como una bala entre urgentes soplidos de armónica.

Tratar de hacer a los 68 años una música como la que practicabas cuando tenías 27 puede tener su punto de disparate, pero, al final, toda objeción se olvida cuando tenemos entre manos buenas canciones. En Hate for sale las hay, y transmiten reflejos del añorado modo de hacer de otro tiempo, casi tal como si los temas salieran de aquel debut de 1980 que puso patas arriba la nueva ola. Ahí está, sobre todo, The buzz, nerviosa y emotiva, con toda la carga de ADN de los Pretenders originales, y otras piezas esbeltas como Turf accountant daddy, I didn’t know when to stop y Maybe love is in NYC, esta con una Hynde que dice buscar el amor en la Gran Manzana previo paso por Barcelona y por Hong Kong.

CANTO BELLO Y SALVAJE / Hate for sale suena a Pretenders por los cuatro costados, a su versión más genuina, con sus guitarras encrespadas y el canto bello y salvaje de la lideresa, e incluso en el apartado de baladas se muestra despierto: oigan You can’t hurt a fool, tierna, pero de guitarra seca (a diferencia de la más bien sosa Crying in public). Cancionero con producción del docto Stephen Street (The Smiths, Blur, Suede) que evita la linealidad, con el reggae-dub de Lightning man, mirando de reojo al Londres jamaicano de los 70, y el sano tribalismo a lo Bo Diddley de Didn’t want to be this lonely. Más que suficiente para seguir contando con Pretenders en el año 40 de su agitada existencia.