Aprovechando el 50º aniversario de Hasta que llegó su hora (1968), el relato icónico que clausura la saga de Sergio Leone sobre la historia de Estados Unidos, la Cinemateca francesa rinde homenaje a un cineasta adorado por el gran público y que sin embargo fue durante mucho tiempo relegado por la crítica a la categoría de un realizador superficial pegado a la etiqueta despectiva del spaguetti western.

La exposición parisina intenta situar en el altar de la vanguardia popular a Sergio Leone (Roma, 1929-1989), venerado por una larga nómina de realizadores contemporáneos de la talla de Martin Scorsese, Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, Quentin Tarantino y Clint Eastwood.

«Fue un formidable narrador, un niño soñador siempre a la búsqueda de tierras sin explorar. Su filmografía es una obra compacta, obsesionada por la mitología clásica y por el mito del Oeste, sobre todo en la Trilogía del dólar protagonizada por un joven Eastwood para enfrentarse a los grandes mitos del siglo XX norteamericano», subraya el comisario, Gian Luca Farinelli.

Tanto quienes lo descubren ahora como quienes lo conocen de memoria se encontrarán con múltiples sorpresas a lo largo de un recorrido laberíntico que mezcla lo esperable con lo imprevisto, imágenes de gran potencia expresiva con otras engañosas, como hizo el realizador en Por un puñado de dólares (1964).

Los primeros pasos de la exposición están dedicados a las fuentes de inspiración de Leone y a la herencia de su padre, el cineasta Roberto Roberti. Un gran espacio central reúne sus wésterns y muestra el vínculo entre actores y paisajes, el uso lúdico de las palabras y la complicidad artística con Ennio Morricone, autor de algunas de las bandas sonoras más famosas del siglo pasado.

La epopeya de su última cinta ocupa una sala entera donde se narra su gestación, su aclamación en Cannes y sus peripecias en el momento de la distribución en EEUU. También pueden verse los fondos de la familia Leone, una parte de su biblioteca privada, los fondos de la Fundación Cineteca de Bolonia, los archivos de la Cinemateca francesa, los trajes de Gabriella Pescucci, los dibujos del escenógrafo Carlo Simi, entrevistas, así como el poncho con el que Eastwood aparece en el cartel elegido para ilustrar la muestra que podrá verse hasta el 27 de enero.

La muestra recrea la vida y las películas de Leone, el niño del Trastévere que jugaba a indios y vaqueros antes de alterar los códigos de un género que se dio por muerto en los años 70 y del cineasta que le preguntó a un atónito Bernardo Bertolucci cómo desenfundaba su revólver de juguete cuando era pequeño y que llevó al director de Novecento a dudar de si se burlaba de él o si es que era un poco simple.

HERENCIA QUE PERDURA / Infravalorado por la crítica, que lo encasilló como un cineasta de éxito pero superficial, representa para el comisario un caso prácticamente único de alquimista que experimenta con lo popular. Un caso análogo al de Stanley Kubrick a la hora de trascender los géneros. «Fue el primer director posmoderno. Solo ahora empezamos a entender la herencia creativa que nos ha dejado y que sigue alimentando el imaginario contemporáneo», sostiene.

La exposición se rinde a su talento y a su capacidad para renovar el cine a partir de los elementos más dispares de la cultura de su tiempo. Con Leone, el wéstern se impregna de lirismo pero no es hay ni mentira ni revisionismo histórico. «La historia está escrita, la leyenda tantas veces repetida y la contrahistoria, también», se puede leer en las cartelas.

«Es un cineasta de vanguardia popular, comercial y experimental. Un raro ejemplo cinematográfico de un vanguardista entendido y adorado por el gran público», subraya con rotundidad el director de la Cinemateca, Fréderic Bonnaud.