Hace un tiempo que la televisión vive una deliciosa y adictiva nueva era de oro. Se diría que ese auge creativo es inversamente proporcional al declive de las retransmisiones de galas de premios. La ecuación, al menos, quedó en evidente manifiesto el domingo en la gala de los Emmy.

A la tercera fue la vencida para Breaking Bad . El mismo día en que se emitía en Estados Unidos el penúltimo capítulo de las aventuras de Walter White, la Academia de Televisión recompensó finalmente con el premio de mejor serie dramática a una de las más exitosas y mejor escritas creaciones de los últimos años (que el año que viene podrá volver a optar por última vez a los premios).

Fue una recompensa ideal para dar publicidad gratuita a la despedida. Y la esperaban muchos, aunque Vince Gilligan, su creador, aseguró que "no lo veía venir". Creía, como otros, que sería el año de House of cards , la serie creada para internet y que se ofreció completa desde el primer día para facilitar la creciente afición por ver temporadas enteras de una sentada o, al menos, sin la tradicional espera semanal. Y aunque el éxito en las nominaciones no se tradujo en lluvia de oro, hubo estatuilla como mejor director para David Fincher. Los académicos demostraban que entienden que las pantallas ya no se mueven en el binomio pequeña-grande.