Shrek, ese divertido y ocurrente ogro verde que conquistó a todo el mundo hace nueve años, llega con una cuarta aventura mucho más oscura que las anteriores, tanto en aspecto como en contenido, y que va claramente dirigida a un público adulto.

Una película que ha perdido la frescura de las historias precedentes y en la que se da un excesivo protagonismo al villano Rumpelstiltskin por encima de Shrek y de esos estupendos personajes secundarios que le rodean.

Y esa es probablemente la mayor carencia de Shrek, felices para siempre , la escasa presencia de esa tremenda galería de personajes, desde la princesa Fiona al Asno, pasando por el Gato con botas.

La entrada estelar de Rumpelstiltskin --tras su breve aparición en la tercera entrega de Shrek-- y la llegada de nuevos personajes (ogros principalmente), relegan a los originales miembros de Shrek a un plano demasiado secundario.

Falta ritmo

Además la historia está claramente concebida como una película para adultos, con unos giros temporales difíciles de entender para los más pequeños y una narración a la que le falta el ritmo y la locura típica de Shrek.

Con todo, esta cuarta entrega de Shrek es una estupenda película, tan brillantemente realizada como acostumbra y con algunas pinceladas del humor irreverente que tanta fama le ha dado.

El ocioso Gato con botas, transformado en un obeso y perezoso animal o el reencuentro de Shrek con Asno cuando el équido no recuerda a su otrora gran amigo, son algunas de las mejores escenas de esta entrega.

Porque lo que cuenta Shrek, felices para siempre es la aburrida y desesperada situación en que se encuentra el ogro, con una vida tan perfecta como repetitiva, casado con Fiona, con tres hijos y siendo su hogar una parada más de un circuito turístico.

Eso hace que Shrek haga un pacto con Rumpelstiltskin para cambiar un día de su vida por una jornada en la que vuelva a ser el ogro que atemoriza y se divierte a base de dar sustos.