Para Camilla Läckberg (Fjällbacka, 1974) matar a un niño «es el peor crimen; quien lo comete no se merece nada, ha cruzado una frontera que no se debe pasar». En La bruja (Maeva / Amsterdam), una niña de 4 años aparece asesinada en el mismo lugar que lo fue otra tres décadas antes, un crimen del que fueron acusadas dos preadolescentes de 13, que nunca pisaron la cárcel. La autora sueca se remonta además al siglo XVII, donde en la misma zona hubo una cruenta caza de brujas, «porque para juzgar el presente debemos mirar al pasado». Para ello, reivindica a aquellas llamadas brujas, «que fueron perseguidas porque decían que tenían poderes cuando su pecado era ser mujeres fuertes, inteligentes, independientes. Se las quemó porque no encajaban en la norma de cómo debían vivir y comportarse las mujeres».

La bruja, protagonizada como toda la serie (más de 25 millones de libros vendidos en 50 países) por la escritora Erica Falck y su marido, el policía Patrik Hedström, se inspiró en el caso de la hoy escritora Anne Perry, que Peter Jackson llevó al cine en Criaturas celestiales con Kate Winslet. «De niñas, ella y su amiga mataron a la madre de esta. No sé si los niños pueden nacer malvados. Un filósofo decía que el mal es la ausencia del bien. Se afirma que hay un 0,5% de psicópatas, gente sin empatía. Algunos niños pueden serlo. Pero además de la genética hay que tener en cuenta el entorno en el que se cría y en el que vive», argumenta Läckberg.

Nada ha cambiado

Cuando empezó a investigar sobre la caza de brujas vio que «nada ha cambiado». «Hoy a las mujeres que no viven según las normas de la sociedad ya no se las quema en la hoguera pero se las castiga en las redes o con cotilleos que arruinan su reputación. A mí me ha pasado. Cuando hace cinco años conocí a mi actual marido, que tiene 13 años menos que yo, las revistas solo escribían artículos sobre eso y la gente me decía cosas horribles en internet». También ha recibido críticas por «ser una madre terrible» por su forma de ver la maternidad. «Erica es igual que yo, no la idealiza. No quise ser madre a tiempo completo. Me habría muerto de aburrimiento sin trabajar. Es bueno para mis hijos que no solo vean en mí a su madre sino a la persona. Sé que soy una buena madre».

Läckberg, que defiende «los castigos ejemplares» -«la gente debe tener miedo a las consecuencias de sus actos, somos algo inocentes al pensar que la rehabilitación funciona»-, escribió La bruja antes del #MeToo. «Ha sido una pequeña revolución que ha cambiado cosas». Sin embargo, en el libro, como en la sociedad sueca, el abuso y el maltrato a las mujeres «sigue siendo un problema». «Es un estigma y muchas mujeres no lo denuncian porque se sienten culpables y les da vergüenza. Y si denuncian, la policía no tiene recursos suficientes y sueltan al maltratador».

La novela también refleja otra caza de brujas en Suecia, la de inmigrantes. «Se repite lo que pasó en Alemania en los años 30, solo que ahora el enemigo no son los judíos sino la comunidad musulmana», alerta. «Parece que el ser humano necesite siempre a un cabeza de turco y se culpa a los inmigrantes de que te quedes sin trabajo, de que la economía va mal... Pero la inmensa mayoría se adapta, contribuye a la sociedad y hace los trabajos que los suecos no quieren: cuidan enfermos y mayores, conducen taxis... pero la gente no los ve. Y yo quise dar voz y cara a estos inmigrantes. Porque a la gente le asusta lo que no conoce».

Lamenta el auge de la extrema derecha. «Donald Trump alimenta ese fuego. Los políticos como él dicen lo que quieren oír: ‘Vamos a hacer grande América otra vez, no queremos a los inmigrantes’. ¡Pero si América es país de inmigrantes!».