En plena desescalada, con las librerías ya abiertas y comprobando que había muchas ganas de comprar libros entre los lectores -el tiempo dirá si eso ha sido flor de un día-, cabe ahora fijarse en las editoriales que en este mes de mayo han tenido que reestructurar sus catálogos, reduciendo el número de novedades e intentando salvar el abismo abierto en el peor momento del año marcado por un Sant Jordi en Cataluña y una Feria del Libro de Madrid aplazados.

Como toca hacer control de daños, el ecosistema editor del libro en castellano ha tenido que hacerse de grado o a la fuerza muchas preguntas sobre qué se ha hecho bien y qué otras cosas pueden mejorarse respecto a las prácticas del sector. Este es un buen momento para pensar en algunos problemas que la debacle sanitaria ha hecho más evidentes.

Hace unos días que circula por las redes sociales un texto de los editores Rubén Hernández e Irene Antón, responsables de la editorial indie Errata Naturae, que han puesto sus preocupaciones negro sobre blanco en un texto en el que rescatan, entre otras cosas, la vieja queja de la sobresaturación del mercado del libro en España con un exceso de títulos que no se corresponden, comparativamente, con el reducido número de lectores. Las consecuencias que ello supone es que «uno de cada tres libros que llega a las librerías acaba siendo devuelto y, en última instancia, guillotinado».

La respuesta no se ha hecho esperar: algunos editores independientes, compañeros de fatigas de Errata, disienten de esa reflexión que, por otra parte, ha tenido un gran eco. Ese texto, crítico con la exigencia de estar permanentemente en la mesa de novedades, se está traduciendo al vasco, al francés y está circulando por las redes con mucho apoyo en Argentina.

«Como los lectores aspiran a que sus libros sean relativamente únicos y personalizados, la respuesta del sector ha sido ampliar el número de títulos y reducir las tiradas», explica Hernández. Es decir, inflación de títulos. Así, lo que a él le parece un defecto, es contemplado por otros editores independientes, como Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, como una gran riqueza de opciones de lectura, que no parece tan descabellada si se tiene en cuenta el gran mercado exterior en Latinoamérica. «Andres Neuman -recuerda Casamayor- ha dicho recientemente que nadie elige entrar en una pandemia, pero sí elegimos las condiciones en las que llegamos. Creo que nosotros lo hemos hecho con contención y mesura: publicamos unas 18 novedades al año, y trabajamos cuidadosamente en intensificar la vida de nuestros libros en las librerías. Quien lo haya hecho así no tendrá problemas».

La contención ha sido el lema de esta rentrée atípica. Los dos grandes grupos editoriales, los más poderosos y los que exhiben más músculo en esta crisis, Planeta y Penguin Random House, que acaparan el 80% de la producción editorial española, admiten haber reducido entre un 25% y un 30% el número de novedades en ambos casos.

QUIÉN DECIDE / La intención es alargar la habitualmente febril temporada primaveral a los meses de julio y agosto, que son habitualmente los más inactivos, con una «programación estimulante para el lector», según valora Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral y responsable del área internacional del grupo, «atendiendo a que haya variedad de géneros y tipos de lectura». Una intención en la que redunda también Casamayor: «Las circunstancias nos van a obligar a apostar por libros de mayor visibilidad y viabilidad porque está claro que estamos en un periodo de ajuste. Los libros más arriesgados deberán esperar al año que viene».

Miguel Aguilar, responsable de Literatura Random House, del grupo Penguin Random House, admite que la queja de fondo de Errata es verdadera: se publican demasiados libros. «De esto se habla desde hace 20 años, los que estoy en este negocio. Ahora bien, ningún editor confesará que él edita demasiados libros. El asunto, por lo tanto, es quién decide cuántos libros sobran. Así que, tal y como está organizado, el mercado es el que elige. Si publicas demasiados libros que no interesan a nadie acabarás cerrando. No se me ocurre un sistema más justo».

Maria Bohigas, de Club Editor, pese a admitir que la edición en catalán tiene problemas específicos, constata que este ritmo de producción «desenfrenado» es una «barbaridad» y precisa que los que publican demasiado no son Errata Naturae, su propio sello o ninguna otra editorial independiente. «No tenemos plantillas grandes ni estructuras que necesitan que se les eche carbón sin parar, tampoco necesitamos compensar las devoluciones de los libreros con un servicio de novedades que no cesa. Esta cuestión es un problema endémico». El resultado de este sistema es que en las mesas de novedades los libros permanecen muy poco tiempo, algo contra lo que los libreros oponen una gran resistencia, según Casamayor, con una labor de filtrado y exigencia según la cual «si no editas bien» te quedas fuera.

VISIÓN MEDIOAMBIENTAL / El manifiesto de Errata, un sello que ha apostado en su colección Libros salvajes por la conciencia ecológica, supone también una mirada más amplia a la sobreproducción libresca vinculada a la evidencia de que esta crisis sanitaria es también una crisis climática. «Toda la cadena del libro, desde la creación de pasta de papel hasta el reciclaje de ejemplares no vendidos, es insostenible. El uso del papel reciclado es insignificante y los sellos de calidad tienen una garantía limitada porque no tienen en cuenta criterios sociales. Ahora en Brasil se están plantando bosques de eucaliptos que arrasan la tierra y como daño colateral empobrecen a la población. Así que es muy posible que este papel que nos llega de Brasil tenga sello de garantía».

Hacia esa dirección apunta Bohigas cuando traslada su crítica a la práctica habitual de los editores de invitar a sus autores extranjeros a la promoción de los libros. «No es que esté en contra, pero quizá deberíamos pensar que no tiene mucho sentido hacer que un autor coja un avión como quien coge un autobús y atraviese el océano para hacer una promoción de tres días».

PARÓN Y PARO / La decisión de Errata, que suele publicar unos 33 libros al año, es hacer un parón en la producción y no ponerse una fecha concreta de reanudación de sus actividades. Lo hacen, dicen, para reflexionar. Otros no tienen tanta suerte, el coronavirus se los ha llevado por delante. Es el caso de Anaconda, el último sello creado por Enrique Murillo, quien se ha visto obligado a cerrarlo tras editar apenas tres títulos. El veterano editor conoce bien los entresijos de los grandes grupos y de los pequeños sellos porque ha participado en ambos: «No sé si sacaremos una enseñanza de esta crisis. El meneo de la crisis anterior fue tremendo y lo único que se hizo fue bajar un 5% el número de novedades».

Más positiva se muestra Elena Ramírez, de Seix Barral, en Planeta, para quien la pandemia ha hecho que todo el sector acelere las formas de trabajo que brinda la tecnología: «Eso era algo imprescindible: teletrabajo, promoción a distancia, clubs de lectura digitales, promoción y compra on line por parte de librerías de todo tamaño. Por otra parte, una vez pasado el miedo inicial que nos impedía concentrarnos, hemos leído más libro físico y también en nuevos soportes. El tiempo dirá si estos hábitos han venido para quedarse, pero si cuidamos nuestras librerías y el libro físico, esa diversificación puede ser una gran oportunidad».