Dado que él mismo es conocido popularmente como un fabricante de sueños -quienquiera que inventó la metáfora merece un premio a la cursilería-, tiene sentido que Steven Spielberg haya acabado asignando esa misma profesión al protagonista de una de sus historias. El gigante de 'Mi amigo el gigante', presentada hoy fuera de concurso en el festival de Cannes, se dedica a capturar fantasías, embotellarlas e inocularlas en mentes ajenas. Más o menos como Spielberg.

“Es cuando peor están las cosas que más tenemos que creer en la magia, porque solo así podremos mejorar el mundo”, ha afirmado el director al respecto. Y para eso, ha añadido, sirven las películas. El problema es que, pese a que incluye gente excepcionalmente grande, y luces de colores y brebajes verdes, su retorno al cine familiar no va especialmente sobrado de magia.

'Mi amigo el gigante' versiona para la pantalla una historia de Roald Dahl, y para ello se basa en la adaptación que escribió la recientemente fallecida Melissa Mathison, en su día también guionista de'E.T.' (1982). La alusión no es gratuita puesto que las conexiones entre ambas películas son obvias. Sin embargo, E.T. era un monstruo de visita en el mundo de los humanos, y aquí es una humana quien visita un mundo de monstruos: en concreto, ella y el grandullón del título unen fuerzas para esquivar a un grupo de gigantes antagónicos con muy malas pulgas y hambre de carne humana.

El problema de 'Mi amigo el gigante' es que cae en una obvia contradicción. Por una parte es poco probable que atraiga a los espectadores de menor edad, pero no porque no se limite arrojándoles sin cesar los más primarios estímulos visuales y sonoros -no lo hace, y eso la honra-, sino porque a cambio abusa de interminables diálogos melancólicos a cargo de un señor mayor altísimo. Por otra, a pesar de todo es una película concebida con elpúblico infantil en mente y que -algo raro tratándose de Spielberg- no logrará captar el interés de sus padres, excepto con una hilarante escena ambientada en Buckingham Palace que orquesta una sucesión de reales flatulencias.

RISAS CON PEDIGRÍ

El potencial cómico de un buen pedo también ha quedado demostrado en la más notable de las películas presentadas hoy a competición. 'Toni Erdmann', de la alemana Maren Ade -responsable del magnífico drama marital 'Entre nosotros' (2009)-, no solo es profundamente conmovedora y a la vez histéricamente divertida, sino también una película maravillosamente marciana.

Se trata del retrato de un padre y una hija, o la historia de un hombre que lamenta la obsesión de su primogénita por el éxito laboral y por tanto decide empezar a gastarle embarazosas bromas usando pelucas ridículas, dentaduras postizas y, sí, cojines que se tiran pedos. Eso, por supuesto, causa en ella irritación y desespero, hasta que poco a poco descubrimos que esa inclinación por la pulla es algo genético. Mientras los contemplamos escenificar una coreografía basada en la crueldad emocional, comprobamos que ambos se relacionan exclusivamente parapetados tras una sucesión de máscaras porque no son capaces de mirarse a los ojos.

Lo más brillante de 'Toni Erdmann' no es la habilidad con la que Ade maneja esos traumas afectivos sin caer en redenciones ni catarsis dramáticas -que también- sino sobre todo, decimos, su habilidad para encadenar situaciones crecientemente bizarras y desternillantes, nutridas de vergüenza, humillación y resentimiento. Hacía tiempo que en Cannes no se oía semejanteconcierto de carcajadas.

Un perverso 'thriller' de época coreano

Está claro que el coreano Park Chan-wook siente fijación con el asunto de la venganza, o al menos con sus posibilidades dramáticas. Ya le dedicó una celebrada trilogía -'Sympathy for Mr. Vengeance' (2002), 'Oldboy' (2003) y 'Sympathy for Lady Vengeance (2005)'- y ahora insiste en él con el estupendo 'thriller' de época que hoy ha presentado a concurso en Cannes: 'The Handmaiden' mezcla intriga desconcertante, amor lésbico y apuntes sadomasoquistas para escenificar el ojo por ojo femenino contra los abusos patriarcales. Y mientras lo hace resulta absorbente, hermosa, divertidísima y muy sexy.

Una ladrona es contratada por un falsificador para que se convierta en sirviente de una rica heredera y le ayude así a desplumarla; y el resultado de esa premisa es un 'ménage a trois' letal contado desde diferentes puntos de vista, ninguno de los cuales es de fiar: el mundo al que Park nos empuja rebosa agendas ocultas, alianzas cambiantes y perversiones secretas que nos tienen en ascuas sobre qué sucederá en la siguiente escena. En otras palabras, resulta apasionante de principio a fin por mucho que, gracias a una serie de tremendas escenas de sexo entre mujeres, a su discurso feminista se le acaben viendo las costuras: pretende mostrar la liberación femenina y a la vez satisfacer fantasías sexuales masculinas, repudiar la pornografía mientras ejerce una mirada puramente 'voyeur'.