«La guerra es un matadero. ¿Es que tu deber es volver a la barbarie? ¿Te das cuenta de que eso es matar a nuestros semejantes?». Reflexiones como esta de un adolescente Spirou -aún botones en un hotel que requisarán los alemanes- a su amigo Fantasio -reclutado en plena ocupación nazi de Bélgica en 1940- hacen de La esperanza pese a todo (Dibbuks), que firma Émile Bravo (París, 1964), probablemente el más maduro álbum del popular personaje de cómic. «En la guerra te obligan a olvidar que los enemigos son humanos, te dicen que son bárbaros y si tú matas pierdes gran parte de tu humanidad. Aquí, Spirou es un joven que se volverá un héroe humanista y que muestra cómo comportarse en una guerra si no quieres dejar de ser humano», señala este dibujante francés de padres españoles huidos de la guerra civil.

De ellos ha heredado el humor como «defensa y única manera de salir de momentos trágicos» en «una historia sobre la condición humana que está en la Historia»: «En este cómic hay muertos. No viven una aventura, como dice Fantasio, sino que, como le rectifica Spirou, es la guerra». Pero no en el frente de batalla sino en la piel de los civiles. Para ello, el historietista acudió a fuentes originales. «Buscaba héroes y no hallé ninguno. Siempre me decían que solo recordaban el hambre y el miedo. Y quise contar cómo fue para los niños, para la gente normal, cuando aún no sabían lo que harían los nazis, para que podamos preguntarnos qué habríamos hecho nosotros».

Bravo construyó la historia, que culminará en tres próximos álbumes, basándose en el libro que el abogado Paul Struye escribió con las notas que tomó en la guerra y que mandaba al Gobierno belga en el exilio. «En esos informes decía cómo pensaba la gente, qué hacía, el precio del pan... de forma objetiva, como un estudio social. Es una mina para entender la época».

Por eso, aquí Spirou, aunque espíe a los nazis, «no tiene conciencia política; está enamorado de una judía comunista y no quiere a los nazis porque estos no quieren a judíos ni a comunistas, y han invadido su país». Pero «aún es un niño, no quiere matar a nadie, tiene ganas de vivir», explica Bravo, que añade la influencia de su padre, que se vio con 19 años en la guerra civil. «Le pregunté si había matado a alguien. Me dijo: ‘Creo que no. Disparas desde las trincheras y no lo sabes. En lo único que pensaba era en sobrevivir, era joven y no había vivido nada’».

«Hay que contarlo»

«Hay que recordar qué fue el Holocausto y contárselo a los jóvenes. Spirou es un personaje popular que me sirve para hacerlo y para que la gente piense por sí misma», señala quien, siguiendo «el modelo de Goscinny en Astérix», usa distintos niveles de lectura para «hablar tanto a niños y adultos».

Pintores judíos huidos, belgas refugiados rechazados por Francia, boy scouts emulando a las Juventudes hitlerianas, bombardeos, niños huérfanos, miseria y hambre… todo está en este cómic, tamizado por la mirada juvenil de los protagonistas. También el colaboracionismo, pues Fantasio empieza a trabajar en el diario Le Soir, dirigido por los ocupantes, igual que hizo Hergé, creador de Tintín (a los que no faltan guiños), por lo que fue castigado tras la guerra. «En 1940 la palabra colaboracionista aún no existía, muchos no sabían qué significaría trabajar para los alemanes. Había que comer, que sobrevivir, y ellos daban trabajo».

Bravo, uno de los nombres de la nueva bande dessinée, ya imaginó los orígenes nunca contados del personaje creado por Rob-Vel en el premiado El diario de un ingenuo (2008, reeditado por Dibbuks). La máxima de Bravo: «El dibujo es una herramienta para contar una buena historia. Lo importante es lo que cuentas».