Terrence Malick. Pedro Almodóvar. Sylvester Stallone. Ken Loach. Jean-Pierre y Luc Dardenne. Todos estos nombres han formado parte este año del programa del Festival de Cannes, y está claro cuál de ellos es el que no encaja en la lista. Sobre el papel, en efecto, Stallone pinta tanto en este certamen como un pepito de lomo en la carta de un restaurante de vanguardia. Y eso en cualquier caso no impidió que ayer, con ocasión de la clase magistral que ofreció frente a más de un millar de asistentes, se le recibiera como si fuera Jesucristo; autores como Christopher Nolan, Martin Scorsese y Clint Eastwood celebraron el mismo tipo de acto en ediciones anteriores de la muestra y ninguno de ellos tuvo una acogida tan fervorosa. No está claro qué dice eso de la cinefilia, pero probablemente no sea bueno.

DOS ICONOS POP / No hay que olvidar, eso sí, que su filmografía se vertebra sobre dos personajes, John Rambo y Rocky Balboa, que son esenciales en la cultura pop y materia prima tanto de chistes como de tonos de llamada para teléfono móvil. «Encarnan dos facetas opuestas pero complementarias del ser humano», explicó el actor. «Rambo representa ese lado oscuro que todos tenemos y que nos acecha a lo largo de nuestras vidas, y Rocky es un tipo ordinario que gracias a su tesón logra ser extraordinario. Son el optimismo y el pesimismo personificados».

Sobre Rambo conviene recordar que, cuando hizo su primera aparición a bordo de Acorralado (1982), era ante todo un símbolo antibelicista; una víctima de los horrores de la guerra y sobre todo de una América que, tras el fracaso en Vietnam, dio la espalda a los combatientes. «Quisimos contar una historia sobre el trauma y el desarraigo que sufrían los soldados, y nunca pretendimos hacer una declaración política». Sin embargo eso no impidió que, tras ver la película, Ronald Reagan declarara: «He visto a Rambo, y es republicano». Y, quizá para no llevarle la contraria al presidente, el personaje cambió de perfil para convertirse en la máquina de matar más poderosa de Hollywood: en Acorralado II: Rambo (1986) liquidó a 75 enemigos; en Rambo III (1988), a 115; en John Rambo (2008), a nada menos que 254. En Rambo 5, que verá la luz a lo largo de este año y de la que en Cannes se han proyectado unas imágenes, cabe esperar que llegue a los 300.

Gracias a su otro gran personaje, por otra parte, Stallone fue nominado al Oscar tanto en la categoría de Mejor Actor como en la de Mejor Guionista en el mismo año; solo gente como Charles Chaplin u Orson Welles habían logrado algo así antes que él. Y eso fue así a pesar de que Rocky (1977) tenía todos los números para fracasar. «Era la época de títulos como Taxi driver o Todos los hombres del presidente, un cine muy serio y desencantado. Pero yo, que era muy ingenuo, tuve la idea descabellada de hacer una película más alegre». Rocky acabó ganando el Oscar a la Mejor Película, y se erigió en fenómeno de masas que con el tiempo generaría cinco continuaciones y dos spin-off. «Un año antes de aquello, yo todavía me ganaba la vida como aparcacoches. Pero nunca tiré la toalla. Y aprendí mucho de mis primeros fracasos, porque el fracaso te hace más listo».

De niño, Stallone nunca pensó que llegaría a ser actor. Las complicaciones que su madre sufrió durante el parto le dejaron parte de la cara paralizada, y eso le afectó mucho psicológicamente. Todo cambió cuando a los 12 años vio Hércules y la reina de Lidia (1959). «Su protagonista, Steve Reeves, era un actor pésimo pero tenía un físico escultural, y decidí que debía empezar a hacer ejercicio para dedicarme a lo mismo que él». Casi toda su obra como actor, de hecho, es una celebración del cuerpo. «Siempre he sido un actor limitado, y con el tiempo descubrí que no debía desviarme del tipo de papel que se me da bien», explicó. «Todos mis intentos de probar cosas nuevas fueron un fracaso; por ejemplo, nunca debí haber hecho ¡Alto!, o mi madre dispara (1992)». Sin embargo, fue precisamente esa alergia al riesgo durante los años 80 y 90 lo que a punto estuvo de acabar prematuramente con su carrera. «Me puse a funcionar con el piloto automático, y me preocupé más por llenar mi agenda que por buscar proyectos realmente interesantes. Por eso mi filmografía está tan llena de porquería».

LA PREGUNTA DE SU HIJA / Aunque tienen sus fans, en efecto, es difícil justificar títulos como Cobra, el brazo fuerte de la ley (1986) o Yo, el Halcón (1987), película sobre competiciones de pulsos a ritmo de canciones de Kenny Loggins y con un héroe que no podía serlo si no se ponía la gorra del revés. Y mejor no entrar en detalles acerca de El especialista (1994), Juez Dredd (1995), Pánico en el túnel (1996), Driven (2001), D-Tox: ojo asesino (2002) o Shade: juego de asesinos (2003). «Me arrepiento mucho de algunas de ellas», confiesa el actor y director, que logró revivir su carrera gracias a Rocky Balboa (2009) y la trilogía Los mercenarios. «De vez en cuando mi hija me pregunta: ‘Papá, ¿por qué rodaste películas tan malas?’, y yo solo puedo darle una respuesta: ‘¿Cómo crees que pagué tus estudios?’».