Hace solo 10 meses, el grupo maliense Tinariwen actuaba en Barcelona desplegando banderas y carteles que reivindicaban el reconocimiento internacional de Azawad, el país tuáreg, que dos semanas después declararía unilateralmente su independencia. El tiempo no ha transcurrido de manera favorable para la banda de Ibrahim Ag Alhabib, que ve como su causa se ha visto arrasada por sus peligrosos exaliados islamistas, portadores de un código religioso, la Sharia, que incluye la prohibición de la música, tanto su ejecución como su escucha.

En las zonas dominadas por los islamistas, en el norte de Mali (el territorio de Azawad), no se puede ni siquiera hacer sonar una ringtone en el móvil, y aparatos de reproducción, televisores y colecciones de discos son fulminadas. Hablar de persecución de la música en Mali es particularmente trágico y disparatado dada la condición de este país del Sahel como potencia africana del sector. De los escenarios de Bamako, Tombuctú y otras ciudades han salido numerosas estrellas del circuito internacional de la world music . Tantas, que Toumani Diabaté, virtuoso de la kora, cómplice de Ketama en el disco de culto Songhai (1988), un músico que ha tocado con Damon Albarn (Blur), Björk y Taj Mahal, opina que la música es "el petróleo de Mali".

Este es el país de estrellas como el carismático y vocalmente hiperdotado Salif Keita, el héroe del blues del desierto Ali Farka Touré (fallecido en el 2006), la diva Oumou Sangaré, el melodioso dúo de cantantes ciegos Amadou & Mariam, la exploradora Rokia Traoré y, claro, la intimidante tropa de Tinariwen, además de otros muchos nombres de prestigio: Boucabar Traoré, Bassekou Kouyaté, Issa Bagayogo, Fatoumata Diawara... Mali es uno de los territorios musicalmente más fértiles de Africa. Y diversos: la convivencia en el país de varios troncos culturales, derivados del mundo árabe-amazigh (berebere) y del árbol genealógico mandinga, se expresa a través de propuestas musicales que poco tienen que ver entre sí, de la polirritmias africana y los griots (cronistas sociales), en el sur, a los ritmos de trance con conexión mística sufí, propios de los tuáreg. A estos últimos se atribuye la génesis del blues.

Keita y Farka Touré fueron los primeros iconos internacionales, pero más allá de su estrellato individual, la curiosidad occidental por la música de Mali creció a partir de los años 90. Ry Cooder, antes de viajar a Cuba y descubrir a Compay Segundo a los norteamericanos, se alió con Farka Touré en un disco de referencia, Talking Timbuktú (1994). Cinco años después, el inquieto Taj Mahal grabó Kulanjan a medias con Toumani Diabaté. La inmersión de Damon Albarn en Mali music (2002) conectó el legado africano con el público joven del pop, y el bluesman Correy Harris recorrió la ruta del esclavismo en Mississippi to Mali (2003). En esa época, Amadou & Mariam publicaban el soleado Dimanche a Bamako , producido por Manu Chao. Y la capital de Mali atraía visitantes más discretos, como Jackson Browne, barcelonés a tiempo parcial, que dio apoyo financiero al cantautor Ali Kamiya y le abrió las puertas de su estudio de Santa Mónica, California.

Esas conexiones internacionales han facilitado que muchas de las estrellas malienses vivan fuera de su país de origen. Salif Keita tiene apartamento en Nueva York, y artistas como Rokia Traoré y Amadou & Mariam se mueven entre Mali y París.

Si la ola islamista avanzara, el país podría vivir un éxodo artístico general como el que sufrió Argelia, de la que huyeron, con destino a Francia, los cantantes de rai, sobre todo tras el asesinato de Cheb Hasni, en 1994. "Actualmente, artistas como Rachid Taha o Souad Massi podrían actuar en Argelia, pero prefieren no arriesgarse", explica Jordi Gratacós, promotor que ha traído a España repetidamente a las estrellas tanto argelinas como malienses.

Ahora, los islamistas intimidan a los artistas con amenazas medievales: la cantante Khaira Arby ha declarado que entraron en su casa buscándola y, en su ausencia, destrozaron sus instrumentos. Advirtieron que, si la encuentran, le cortarán la lengua. Un ambiente inquietante que invita a salir corriendo. Y a tratar de evitar que, en el futuro, la música de Mali se haga fuera de Mali.