Posiblemente, ¡Shazam! es la película de superhéroes que mejor argumenta por qué los niños adoran las películas de superhéroes. La explicación tiene que ver con la impotencia que esos mocosos sienten, especialmente justo antes de entrar en la adolescencia. Tienen capacidad de raciocinio pero son físicamente débiles, y dependen de la autoridad y el apoyo financiero de sus padres. ¿Quién no ha soñado a esa edad con tener el poder de convertirse a voluntad en un adulto grande y musculoso ataviado con un traje ajustado y una capa, que puede volar y patear el trasero a los malos?

¡Shazam! hace realidad ese sueño, y eso explica que sea mucho más ligera y jovial que el tipo de película lúgubre a la que el Universo Extendido de DC (DCEU) nos tiene acostumbrados -tiene cierta guasa que la haya dirigido David F. Sandberg, un habitual del cine de terror-; transcurre en el mismo mundo que, por ejemplo, Batman v Superman: El amanecer de la justicia (2016), pero sin duda en una parte mucho más soleada del mismo. Más concretamente, en Filadelfia.

Allí, al principio de la película, un chaval huérfano llamado Billy Batson (Asher Angel) recala en su enésima familia adoptiva. No tarda en hacer buenas migas con Freddy, un muchacho cuyo gran conocimiento de los superhéroes acaba resultando esencial cuando, un día, un mago ancestral convoca a Billy en la Roca de la Eternidad y allí le otorga un increíble don: cada vez que el chaval exclame «¡Shazam!» se convertirá en un bigardo de treinta y tantos (Zachary Levi) dotado de la sabiduría de Salomón, la fuerza de Hércules, la resistencia de Atlas, el poder de Zeus, el coraje de Aquiles y la velocidad de Mercurio. Sí, ¡Shazam! guarda parecidos razonables con De tal astilla, tal palo (1987) y Big (1988).

El mago desaparece rápidamente de escena, por lo que Billy deberá aprender por su cuenta qué habilidades concretas posee y cómo controlarlas -algunos de los momentos más divertidos de la película suceden entonces, cuando Freddy pone a prueba los límites de Shazam golpeándole el pecho con bates de béisbol o prendiéndole fuego-; en el proceso, su presencia avivará la furia del Doctor Thaddeus Sivana (Mark Strong). De niño también él había sido convocado en la Roca de la Eternidad, pero el mago había decidido que no merecía ser depositario de tanto poder; y desde entonces ha pasado su vida preparando su venganza. Para ejecutarla contará con los demonios de los siete pecados capitales, que lo poseen y lo empujan a hacer el mal.

Sivana, en todo caso, no es el único reto al que el nuevo héroe debe enfrentarse. Parte de la peripecia de Billy implica la búsqueda de su madre, de la que fue separado con solo cinco años, y en ese sentido la película es la historia de un muchacho que nunca gozó del apoyo vital que necesitaba, y cuyos traumas son tan profundos que no se solucionan con un surtido de superpoderes; mientras explora esa faceta de su psicología, Sandberg entona un canto de celebración por los inadaptados, y por las familias a las que decidimos pertenecer.

Los tres últimos párrafos pueden resumirse así: el protagonista de ¡Shazam! es un superhéroe peculiar. Sin embargo, no lo es tanto como la trayectoria seguida por el personaje a lo largo de los últimos 80 años, desde que nació en el ámbito editorial. Creado por C.C. Beck y Bill Parker en el año 1939 a imagen y semejanza de otro superhéroe, Superman, apareció por primera vez en el número dos de la publicación Whiz Comics; por entonces se llamaba Capitán Marvel -en aquella época, Marvel Comics ni siquiera existía-. Durante buena parte de la década de los 40, tuvo incluso más éxito que su modelo kryptoniano.

Confusión onomástica

Pero la compañía hoy conocida como DC Comics presentó una querella por lo que consideraba un plagio, y las aventuras del Capitán Marvel fueron suspendidas de forma indefinida. Para cuando en 1972 el personaje volvió a las páginas de los tebeos como miembro integrante del universo DC, su verdadero sobrenombre le había sido arrebatado: Marvel ya había popularizado una heroína llamada Capitana Marvel. Por eso tuvo que adoptar uno de repuesto: Shazam.

Esa confusión onomástica es algo o que la nueva película se toma con mucho humor, usando una sucesión de escenas en las que Billy y Freddy van barajando diferentes nombres -casi todos ellos atroces- a la manera de un efectivo running gag. De hecho, la gran virtud de ¡Shazam! es que se muestra plenamente consciente de estar protagonizada por un héroe algo ridículo, y que saca partido de esa ridiculez. Y eso es buena parte de lo que la convierte en una bienvenida alternativa tanto a la oscuridad de muchas películas previas de DC -de la que, es cierto, la compañía ya ha dado muestras de querer distanciarse gracias a títulos como Aquaman (2018)- como de la aparatosidad galáctica del Universo Cinematográfico de Marvel. Después de todo, recordemos, su protagonista no es más que un niño.