Una madre que le secciona el miembro viril a su hijo y luego se lo como; una mujer que sufre una violación múltiple; un joven que, en un alarde de creatividad masoquista, se masturba menando un cuchillo que tiene clavado en el hombro; gente que experimenta automutilaciones, apuñalamientos, palizas y relaciones incestuosas. Todo eso sucede en Moebius, filme que el coreano Kim Ki-duk presentó ayer un año después de ganar aquí un injustísimo León de Oro con Pietà e imponiéndose a The Master: tiene narices.

Sobre el papel, todo este catálogo de barbaridades que bien podrían funcionar a modo de recopilatorio de highlights de varias de sus películas previas tiene un significado: según ha asegurado, Moebius es una versión moderna de una tragedia griega, en la que el cuerpo y la mente de un adolescente se ven deformados por los pecados de sus padres.

Sin embargo, tanto esa descripción como la moral de la película, sutil como un martillazo en la cabeza --esencialmente, que el deseo sexual solo proporciona dolor y sufrimiento--, vuelven a ser su mera coartada para escandalizar. Esencialmente, a eso se dedica desde que en el 2000 presentó en este mismo festival La isla, que mostraba a una muchacha amputándose los genitales con unos anzuelos. La estrategia sin duda le funciona.