Hablar de la Rosalía urbana es, hasta nuevo aviso, hablar de El Guincho, colaborador primordial en la producción y composición de El mal querer y de los singles que vendrían luego. Sin él no existiría (no al menos en esa sugestiva forma) el mejor álbum del año según los Grammy Latinos, que ha valido a este canario, además, el premio de Mejor ingeniería de grabación para un álbum. Y tampoco la mejor canción urbana (Con altura), en la que además de producir aportaba voz y percusión.

Sus contribuciones a la nueva etapa de Rosalía son solo el último episodio de una carrera ya larga y fructífera, iniciada a principios de siglo en una Barcelona que Pablo Díaz-Reixa (ese es su verdadero nombre) considera su ciudad. Se mudó allí en el 2002 y allí vive, aunque fue durante una temporada en Madrid cuando concibió su vanguardista Hiperasia, del 2016. Antes de darse a conocer como El Guincho, Díaz-Reixa había agitado la Barcelona alternativa como batería de Coconot y como percusionista de Giulia Y Los Tellarini, los del Barcelona de Vicky Cristina Barcelona.

Pero fue con su primer disco como El Guincho, Alegranza, del 2007, que su creatividad y talento acabaron de quedar a la vista. Aquella contagiosa combinación de tropicalismo, furia pop y estructuras propias del house causó estragos en medios de todo el mundo, incluyendo la influyente web estadounidense Pitchfork, que concedió al disco un 8,3 y la etiqueta de Best New Music, o Mejor nueva música.

Su siguiente álbum, Pop negro, salió en el 2010 en Young Turks. En lugar de repetir fórmula, El Guincho apostó menos por la sampladelia que por la canción pop, y además, la canción pop muy española. Eso sin perder espíritu de búsqueda: podía usar ganchos reconocibles, pero también colocar sonidos en planos poco convencionales.

Tras ayudar a Björk en Biophilia (2011), se tomó un tiempo para pensar su siguiente paso, que acabó siendo Hiperasia, disco de sonido adelantado a su tiempo; trap antes de la verdadera explosión del trap. Decisiones formales que entonces parecían desconcertantes (el uso del estéreo para boicotear la escucha, los vacíos y silencios dentro de las canciones) reaparecían en El mal querer y nos parecían la mejor forma de hacer pop para el futuro. O para ya mismo.