Parecerá un disparate decir algo así: puede que Quentin Tarantino sea el cineasta actual más afín al espíritu de Cannes, un festival que, por un lado, promociona y estimula la vertiente más comercial de este mundillo. Tarantino genera habitualmente para Hollywood un montón de dinero sin dejar de hacer lo que le da la gana.

Esa libertad es la que define a los verdaderos autores. Que cineasta y certamen se entienden quedó claro ayer, cuando en la rueda de prensa de presentación de Death proof quien más quien menos se dedicó a hacerle la rosca.

"Lo único más prestigioso en este mundo que la lista de directores que han ganado la Palma de Oro es la lista de los que no la han ganado", correspondió él, que la obtuvo en 1994 por Pulp Fiction .

El coqueteo se explica por la estupenda acogida que tuvo la también estupenda Death proof , excitante tributo al cine exploitation de los 70 (series B rodadas con cuatro duros y llenas de gánsteres y prostitutas, tetas, disparos, peinados imposibles y música funky).

Como lo nuevo de Tarantino, eran ejercicios de pura libertad y autoindulgencia, y la reivindicación de una suerte de cinefagia demócrata: una felación y un descuartizamiento podían resultar, a su modo, tan emocionantes como un paisaje de David Lean o un montaje de Eisenstein.

"Tras ver un filme de esos, me sentía tan afectado que no podía ver ningún otro hasta que hubiera visto ese cuatro o cinco veces para poder seguir adelante con mi vida. Quiero provocar esa sensación en el público", dijo el cineasta.

"He tratado de actuar a modo de director de orquesta --añadió--, tratando de crear una sinfonía con las reacciones del público, sus risas, sus alaridos, sus bufidos y sus aplausos".

Por otra parte, el mexicano Carlos Reygadas arrancó el aplauso de la crítica ante Stellet licht , una historia de amor rodada en una comunidad menonita, culto anabaptista surgido en el siglo XVI en Suiza y cuyos seguidores llegaron al norte de México en 1922.