Alejandra Márquez Abella (San Luis Potosí, México, 1982) nos introduce en un microcosmos muy especial en Las niñas bien, su segunda película, a través del punto de vista de una mujer perteneciente a la clase alta mexicana que lo tiene todo hasta que la crisis económica de los 80 arrasa con sus privilegios. Una incisiva y fascinante crónica en clave femenina donde se habla de la cultura de las apariencias y toda la hipocresía que se esconde tras la máscara del elitismo en clave pop.

--La película está basada en un libro de Guadalupe Loaeza. ¿Qué fue lo que más le interesó a la hora de adaptarlo?

--Reconozco que cuando me propusieron el proyecto estaba llena de prejuicios. Me decía: ¿qué me importa a mí este mundo lleno de frivolidad? Pero después me di cuenta de que también se tiene que contar esa otra parte para que entendamos mejor el mundo de forma global. Aquí se trataba de hablar de poder, de dinero, y de qué ocurre cuando este dinero y este poder se pierden.

--Le daba la oportunidad, además, de abordar el relato desde una perspectiva femenina.

--Quería hablar de cómo ni siquiera las mujeres que están cerca de los poderosos son poderosas, y cómo ellas intentan gestionar ese vacío a través de elementos superficiales y banales, como la ropa, los eventos sociales. A ellas no les interesa que la economía del país se hunda mientras no les afecte. Quieren ser eternamente niñas para no tener que preocuparse nunca por nada.

--¿Y a qué conclusión ha llegado a través de la exploración de ese microcosmos?

--Creo que el patriarcado nos ha obligado a estar las unas contra las otras, a que exista rivalidad entre las mujeres y a que haya que pelearse a muerte para tener el control. Y eso son las cosas que hay que repensar desde el feminismo y la sororidad.

--Aunque la protagonista no está interesada en las noticias, lo cierto es que el clima de inestabilidad y crisis económica se cuela en cada momento del filme.

--Para mí era una forma de hablar de México. México se resume en el personaje de Sofía de Garay, que parece que no está nunca prestando atención hasta que al final tiene que escuchar. Vive en una constante vorágine de aspiración. Y es importante hablar de eso en un país en el que se ha mantenido un sistema de castas desde la conquista y en el que se ha luchado rapazmente por escalar a la cima.

--La protagonista sueña con vivir en El Corte Inglés, conocer a los reyes de España y que la corteje Julio Iglesias.

--Es una manera muy pop de hablar del deseo de ser español, porque es más blanco, menos mestizo. Todo eso forma parte del imaginario cultural de Latinoamérica. Y de paso me servían estos pensamientos naífs para quitar solemnidad a la película.

--En la película hay un trabajo minucioso a la hora de describir cada detalle.

--Estas mujeres se comunican a través de los objetos. El peinado, las uñas, la ropa, dicen cosas sobre ellas, pero no sabes qué están pensando en realidad. Y esta parafernalia externa también te está aportando mucha información, desde quién lleva un vestido de Chanel a la manicura descuidada.

--Es complicado identificarse con la protagonista, aunque desprenda un total magnetismo.

--Creo que fue el mayor problema, tanto para mí como para la actriz, Ilse Salas. Al final lo hemos conseguido de dos maneras: primero, metiéndonos en sus zapatos para después mirarla desde fuera. Pero es algo que pasa siempre, la gente se identifica con Tony Soprano, que es un asesino… pero bueno, es simpático, y no con una mujer que es mala madre a la que se juzga sin concesiones. Es un lastre y por eso tenemos que trabajar el doble.

--El cine mexicano se conoce internacionalmente por Iñárritu, Del Toro o Cuarón. ¿Y las mujeres cineastas?

--Ellos están ya ahí, ¿no? Ahora nos toca a nosotras. Tenemos que hacer frente, unirnos, porque el futuro es nuestro.