Todo el mundo le tiene cariño a Terry Gilliam, especialmente por su empeño en seguir haciendo películas a pesar de su terrible mala suerte, pero a lo largo de la última década el cineasta británico no se lo ha puesto fácil a sus seguidores. Por fortuna The zero theorem , presentada ayer en el concurso de la Mostra, proporciona algunas razones para seguir teniendo fe en él. De ninguna manera merece ser situada a las mismas alturas de obras previas como Los héroes del tiempo , 12 monos o, cómo no, Brazil , pero es mucho mejor de lo que sus últimas películas nos daban derecho a esperar.

En ella, Gilliam vuelve a situarse en un contexto por el que siente predilección: un futuro distópico concebido como reflexión sobre el mundo actual. "Me alarma lo difícil que es tener relaciones auténticas en la era digital", lamentaba ayer. "Nos sentamos frente a los ordenadores y accedemos a todo tipo de información, pero estamos solos".

MUNDO VACIO Así le sucede al protagonista de The zero theorem , Qohen (Christoph Waltz), un genio informático de una burocratizada empresa tecnológica a quien se le encomienda resolver la fórmula matemática del título, una ecuación con la que probar que, esencialmente, el mundo está vacío y la existencia carece de sentido. Mientras, él espera en vano una llamada telefónica que le dará las claves para entender el significado de su propia vida. En otras palabras, Gilliam ha hecho una película que asume la insignificancia y banalidad del ser humano, y que de paso habla de asuntos como la depresión y el miedo a la muerte.

Tal vez, a los 72 años, el cineasta empiece a confrontar su propia mortalidad. De algún modo, eso explicaría también que la nueva película funcione visual y filosóficamente a modo de compendio: buena parte de sus obras previas aparecen aquí citadas, y ninguna con tanta insistencia como Brazil . Ambas películas son sátiras kafkianas, y sus argumentos son tan similares que en otras circunstancias estaríamos hablando de plagio. "Cuando rodé Brazil en 1984 intenté retratar el mundo en el que creía que íbamos a acabar viviendo; ahora he retratado el mundo en el que estamos. Resulta que ambos coinciden", explica.

Por último, visualmente ambas películas retratan un universo retrofuturista y decadente que, en todo caso, hace tres décadas resultaba visionario y hoy simplemente se ve barato. De hecho, en general resulta injusto compararlas; Brazil es una obra maestra y The zero theorem es una colección de buenas ideas de las que solo algunas acaban funcionando. En todo caso, es admirable que conserve intacta su rabia contra las grandes corporaciones, y que siga capaz de diseñar imágenes tan hermosas como ese plano final en el que nos recuerda que, mientras tengamos imaginación, todo estará bien.

XAVIER DOLAN, MARCIANO En el extremo opuesto de su carrera está el canadiense francófono Xavier Dolan, actor y director cuyo ascenso en la escena internacional es uno de los más meteóricos que se recuerdan. Debutó como director con solo 19 años; su segunda y tercera películas fueron presentadas fuera de concurso en Cannes; y ahora, con 24 años, compite por primera vez en un gran festival con su cuarto trabajo, Tom a la ferme , obra genuinamente marciana sobre un joven, interpretado por él mismo, arrojado a los secretos y mentiras de la familia de su novio recién fallecido.

Marciana, por de pronto, porque oscila de forma marrullera, y solo tal vez de forma consciente, entre el thriller, el melodrama y la comedia, no se sabe si voluntaria; asimismo, Dolan obliga a sus actores a interpretar personajes de comportamiento imposible, y no duda en introducir a última hora a un personaje cuyo único objetivo es explicárnoslo todo y, acto seguido, desaparecer. Es decir, Tom a la ferme es una película increíblemente imperfecta que, sin embargo, de alguna manera funciona. Eso sí, para soportarla sin acabar con ganas de romper algo son necesarios altos grados de tolerancia e indulgencia frente al alarmante narcisismo de Dolan, que dedica una escena sí y otra también a explorar su rostro en primer plano con gran deleite.