Es probable que The World to Come, presentada hoy a concurso, pase desde ahora a ser conocida como la versión femenina de Brokeback Mountain. Y, aunque esa etiqueta es representativa sobre todo de la habitual falta de recursos de quienes escribimos sobre cine, hasta cierto punto se entiende; como el clásico de Ang Lee, después de todo, la nueva película es un drama de época sobre dos personas del mismo sexo que se enamoran y que pagan un alto precio por ello.

Ambientado en la América Profunda de mediados del siglo XIX, el relato adopta la forma de un diario íntimo para retratar un mundo en el que la mujer solo era valorada como empleada del hogar del hombre e instrumento para darle hijos, y en el que albergar anhelos de autonomía o curiosidad intelectual podía convertirla en sospechosa de algo; es obvio, teniendo eso en cuenta, que cualquier romance lésbico estaba condenado al desastre. En cualquier caso, la directora Mona Fastvold se esfuerza por no caer en el tremendismo melodramático.

El problema es que se esfuerza demasiado. The World to Come es una película que confunde la sobriedad y la contención con el exceso de decoro y hasta con el preciosismo. Todo en ella es hermoso: los intérpretes, los paisajes, las escenas de sexo, las casas, las tormentas de nieve. Hasta los cadáveres son hermosos. Y Fastvold nos invita a admirar el brillo de esas superficies pero no a hurgar en la mugre que se oculta bajo ellas.