Hace ya mucho que en Francia, junto a las revueltas en la banlieu de los jóvenes franceses de origen magrebí, se consolidó la llamada literatura beur, palabra de argot que los englobaba y que acabó siendo un calificativo un tanto despectivo. Más que calidad literaria, esa literatura tenía una tremenda potencia en el retrato social y recogía la experiencia de jóvenes franceses árabes de segunda generación, evidentemente proletarios.

Muchos escritores magrebís bregaron con la contradicción de utilizar literariamente la lengua de la colonización -el francés en lugar del árabe propio-. Es el caso de Tahar Ben Jelloun, Abdelwahab Medideb o Yasmina Khadra, uno de los autores más leídos del Magreb. Sin ellos sería más difícil el entendimiento entre culturas. Mientras tanto, en Francia nadie reivindica hoy la literatura beur. Se recuerda como una especie de placa de Petri de la marginación de los años 90, que culminaría en las revueltas del 2005 y en la que muchos analistas buscan el retrato del semillero del yihadismo islámico. Sin embargo, hay renovación. Sabri Louatah, 35 años, francés de tercera generación con orígenes argelinos, es un autor de gran éxito popular que se niega a vender exotismo.