Seguramente la novela más difícil para un escritor es la segunda después de su consagración. Jesús Carrasco obtuvo un contundente estreno literario con Intemperie (2013), un relato árido sobre la maldad y el desvalimiento, atravesado por el aire del wéstern y con una interna pujanza simbólica. La crítica elogió aquel debut por la originalidad de las fuentes inspiradoras del relato, por la sostenida tensión de su trama y por la sobria precisión de la prosa. Esa es la gabela del éxito: la expectativa que crea.

En La tierra que pisamos reencontramos rasgos ya conocidos: el estilo desnudo recorrido a veces por calambres líricos, el paisaje despoblado, el aislamiento de un puñado de personajes, una huida misteriosa, la violencia latente a punto de descargar su furia, la compasión y el horror. Todo ello se pone en danza en un escenario rural con tintes distópicos: una comarca extremeña (Tierra de Barros) en una futura España que ha sido anexionada por el Imperio (no se dice pero puede suponerse una Gran Alemania) y la que el ejército invasor continúa las tareas de pacificación. A ese lugar se ha retirado un matrimonio de vencedores, el cruel coronel Iosif Holman, ahora reducido a un desecho humano, y su esposa Eva, la narradora. El conflicto se plantea cuando un varón enigmático, Leva, que se niega a hablar, se refugia en el huerto de la finca, entre bancales y hortalizas. Del miedo inicial, Eva va evolucionando hacia formas de aproximación más complejas que le permitirán ir accediendo laboriosamente a la historia atroz de Leva, que es la de la atrocidad que la humanidad está condenada a repetir sin cesar, infligiéndola y padeciéndola.

Hasta que la novela empieza a virar hacia la alegoría, mantiene una vigorosa fuerza narrativa apoyada en la perspectiva de la señora Holman, pero en su último tercio el abandono de tal enfoque (o más bien su alternancia) y el contrapunto algo confuso de dos tiempos debilita ese vigor y llega a empañar el simbolismo esencial de la novela: el de la tierra que se pisa, se habita, en la que el dolor une a los vivientes y en la que al fin se transformarán los cuerpos. Hay ingredientes genuinos de gran literatura, pero me parece que no han acabado de cuajar en una obra a la altura de la expectativa creada.