Timón de Atenas de William Shakespeare / Middleton, no es una obra tan desconocida en España como han declarado los organizadores del festival de Mérida. Antes del famoso montaje en París del inglés Peter Brook en 1974, en el verano de 1973, se representó en Cataluña --en el Teatro Griego de Monjuich-- una versión de Joseph M. Segarra.

Timón de Atenas , obra poética inspirada en Plutarco y Luciano, sobre el personaje Timón, hombre generoso, traicionado en su hora de necesidad por aquellos en los que ha volcado bondad y abundancia, es un mero paradigma, como el de una alegoría. Aunque se la considera una tragedia, por su estructura inusual se sitúa también entre la sátira y la farsa. Las escenas de adulación primero, de repudio después y finalmente de invectiva, se multiplican con una monotonía y prolijidad medievales. Pero el significado de la obra está únicamente en la crítica de las costumbres y de la ingratitud humana, según la nueva boga satírica que triunfó en Inglaterra bajo Jacobo I.

En la "versión contemporánea" que dice haber hecho Francisco Suárez de esta compleja obra, la propuesta se pierde en una tremenda vacilación: ¿Dónde está realmente tal contemporaneidad? ¿En el texto anclado en una remendada traducción de hace dos siglos? ¿En la enrevesada traslación --por el atajo de la escenografía, la indumentaria y la música-- de la vida medieval de Timón a los años de 1970, sustituyendo el oro de la obra de Shakespeare por el oro negro de nuestra época? Rotundamente no.

Resulta simplona una propuesta, pretenciosa de actualidad, que mantiene intacta la problemática en y para la época en que fue escrita. La esencia del texto ofrecido se sustrae de la realidad, no contrapone una sensibilidad o sentimentalidad dramática de ayer con el estilo dramático de vivir de hoy. Y esta ambigüedad hace reducir en toda función el alcance drámatico y el interés del público. La versión no existe tal como se anunció. Y Suárez, director del festival deja mucho que desear distinguiéndose como uno, grande y libre adaptando a Shakespeare (¡con las magníficas versiones que tiene, por ejemplo, el Instituto Shakespeare!). Digo adaptando porque, con comercial atrevimiento, solo "revuelve escenas" (shake - scene, dicen a esto los estudiosos de la obra del inglés) y sin ningún desarrollo, plantea temas como la crisis del petróleo afirmando que la idea es de "su imaginación", cuando en la novela La cabeza de la hidra , el mejicano Carlos Fuentes, inspirado en Shakespeare y con el personaje de Timón de Atenas, plantea lo mismo en 1978. En fin, o Suárez es un ignorante de la cuestión o toma a los demás por ignorantes presumiendo de ideas y versiones hechas como "un grajo adornado con plumas ajenas" (según dijo el clásico sobre estos temas).

El montaje de Joaquim Benite lo maneja mal en el intento de sintetizar los varios estilos --tragedia, farsa, sátira-- que en el montaje han derivado en un producto híbrido de escasa significación dramática y de ritmo inadecuado, ausente de atmósferas, aunque esté arropado por una sugerente pero desaprovechada escenografía, de J. Guy Lecat --que tampoco utiliza el monumento, sino que lo tapa--, por una música viva de J. de Pura y por los halos luminotécnicos de J. C. Nascimento. A la claridad crítica shakesperiana se oponen un oscuro simbolismo, un perjudicial esquematismo en las acciones y una ausencia de calor humano teatral. Todo ello en el abismo de un frío clima conseguido, de desgana y tedio.

Las actuaciones resultaron muy grises. En algunos actores parecía que se enfrentaban al montaje con espíritu amateur. El espectáculo ha contado con José Pedro Carrión, el mejor actor español de los grandes personajes de Shakespeare, que defiende con rigor dramático a Timón. Lo logra en un porcentaje menor que otros personajes dirigidos por M. Narros y José Carlos Plaza. Pero su presencia escénica y energía en sus registros de su voz sobresalen a pesar del aire plúmbeo que nace del texto, decididamente contracorriente de los climas poéticos al uso. Se salva también Esteban García Ballesteros (Flavio), dando réplica a Carrión, en la visita de su personaje a la cueva / pedestal de Timón, la única escena emocionante que se pudo ver en el anfiteatro.