Todo lo que se sabe sobre Mujercitas se ignora sobre la mujer que lo escribió, Louisa May Alcott. Especialmente porque aquella novela siempre ha estado relegada a la estantería de las obras femeninas y por tanto, considerada un clásico de segunda. Cuando se han cumplido 150 años de su aparición llega las librerías Fruitlands (Impedimenta), un largo relato de ficción inspirado en un episodio de la infancia de la autora, cuando su padre, un filósofo amigo de Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, arrastró a la madre y a sus cuatro hijas a vivir en una comunidad utópica de veganos avant la lettre.

El relato viene acompañado por fragmentos del diario que Alcott llevó en aquel tiempo, y que ofrecen una reveladora luz sobre los entresijos de Mujercitas. Junto a esta novedad, acaba de rodarse la que será la octava versión cinematográfica de la película, firmada por la actriz y directora indie Greta Gerwig. Se estrenará, cómo no, en las próximas navidades.

Hay una prueba del algodón que no suele fallar. Y es preguntarle a un hombre qué opina de Mujercitas y prepararse para ver cómo arruga la nariz y lanza la sentencia definitoria: «¿esa cursilada?». ¿Lo sabe por experiencia? No, por supuesto, antes muerto que haber leído en la adolescencia algo así. El contrapunto es hacer lo mismo con una mujer -que haya leído el libro- y te hablará de lo que supuso para ella aquella historia sobre los sueños de una adolescente que no ansiaba casarse sino que disfrutaba educándose y leyendo -libros escritos por hombres e identificándose con ellos, por supuesto- mientras buscaba su propio camino personal y lo que es más importante, profesional, a través de la escritura. Y es que es una de las primeras veces y a nivel muy popular que las lectoras podían disfrutar del hecho de que ser mujer -aunque fuera a nivel doméstico y aunque se predicaran unos valores femeninos con los que Jo March, la protagonista, no acababa de identificarse- era algo apetecible. Ser mujer molaba y eso lo enseñó una novela en 1868.

FEMINISMO / Años más tarde, Simone de Beauvoir, suma sacerdotisa del feminismo del siglo XX, escribía: «Brusca, angulosa, Jo trepaba, para leer, a las copas de los árboles... Yo compartía su horror por la costura y los cuidados de la casa, su amor por los libros. Escribía y para imitarla compuse dos o tres relatos». Más: Patti Smith, sí la punk Patti Smith, en el prólogo de la nueva edición de Lumen, escribió: «Como innumerables jóvenes antes que yo, encontré un modelo en alguien que no se parecía a los demás, que poseía un alma revolucionaria y que también tenía sentido de la responsabilidad». Empezando por el nombre. Josephine a quien llamaban Jo fue para la cantante «un nombre que respiraba libertad».

RELATO MUY VIVO / Mujercitas fue un encargo de editor, una novela que debía exaltar los valores femeninos de la época. Pero Louisa May Alcott decidió ofrecer además otra cosa, un relato vivo de las únicas chicas que le gustaban y a las que conocía de verdad, sus tres hermanas. Y aunque en las distintas continuaciones de aquel éxito -Aquellas mujercitas, Hombrecitos…- Alcott se plegó a lo que le pedía el público, la primera entrega con su frescura jamás perdió su condición de clásico, entendiendo por ello que un clásico es un texto que nunca acaba de decir lo que tiene que decir en los tiempos por venir.

Solo eso explica cómo un libro así pasara de ser un relato para niñas buenas a una historia de iniciación y finalmente a un libro reivindicado por la crítica feminista. No en vano, el último ensayo sobre el tema de Anne Boyd Rioux, La historia de las mujercitas y por qué sigue siendo importante explora esa vigencia.

Pero volvamos a Fruitlands. Gracias a esa obra, que retrata en especial al padre de la autora, Amos Bronson Alcott, que durante toda su vida fue incapaz de mantener un trabajo, marcado por la depresión, negado para la vida práctica, podemos dar respuesta a una de las ausencias más notables de Mujercitas, la figura del padre. «Es importante ver -explica la editora Pilar Adón- cómo en la comuna ella y sus hermanas eran las que trabajaban y sacaban adelante la familia mientras él y sus compañeros trascendentalistas solo se dedicaban al pensamiento». Además, para Alcott, el contacto con Emerson supuso el acceso a la biblioteca del filósofo que sembraría la semilla de una educación atípica que se concretaría en su militancia sufragista y de una forma más sibilina, en su obra maestra.