El pasado 5 de junio se concedía a los compositores cinematográficos Ennio Morricone y John Williams el premio Princesa de Asturias de las Artes por el conjunto de su obra. En ambos casos, de una dimensión popular pocas veces vista en la música de cine. El autor de las bandas sonoras de los célebres spaghetti wéstern de Sergio Leone ha tenido solo un mes para disfrutar este galardón. Morricone falleció ayer a los 91 años en su ciudad natal, Roma, a consecuencia de las complicaciones derivadas de una caída reciente en la que se rompió el fémur.

Activo hasta el final, el cine pierde con Morricone uno de sus grandes iconos musicales. Su última banda sonora la compuso en el 2016 para La correspondencia, una película de Giuseppe Tornatore interpretada por Jeremy Irons y Olga Kurylenko. Pero además de un posterior trabajo musical para la firma Dolce & Gabbana, estaba escribiendo el score para una versión británica de El fantasma de Canterville en dibujos animados.

El músico veía cercana la despedida final. «Yo, Ennio Morricone, he muerto», reza la primera frase de la carta de despedida escrita por el compositor y leída por su abogado y amigo a las puertas de la clínica, una vez comunicado su fallecimiento. En la misiva, cita a su amigo íntimo, Tornatore, a sus hermanas, hijos y nietos, y sobre todo a su esposa, Maria Travia: «A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar». Despedirse con clase.

Siempre se le asociará a las curiosas imágenes urdidas por Leone en el wéstern europeo, al Clint Eastwood de Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo, a las melodías inconfundibles elaboradas en esos filmes con silbidos, armónicas y arpa de boca. Morricone creó en el marco del euro-wéstern de los 60 una estética sonora renovadora y apreciable, arriesgada también, entonces denostada y hoy reivindicada.

Pero además de continuar colaborando con Leone en todas las películas posteriores a la trilogía con Eastwood -en Hasta que llegó su hora, una de sus mejores bandas sonoras en conjunto, en ¡Agáchate maldito! y en el potente fresco dramático e histórico que es Érase una vez en América-, el compositor practicó otros géneros música coral, orquestal y de cámara y, dentro de la gran pantalla, tuvo prolongadas y definitorias asociaciones con lo más representativo del cine de autor italiano de los años 60 y 70, es decir, la antítesis del cine popular representado por Leone y demás practicantes del wéstern italiano.

POPULAR, SENSUAL Y LÚDICA / Bernardo Bertolucci confió en él en Antes de la revolución, Partner, Novecento o La luna. Para Pier Paolo Passolini elaboró la música de Pajarracos y pajaritos, Teorema y las tres entregas de la trilogía de la vida (El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las 1001 noches), una auténtica celebración de música popular, sensual y lúdica. Con Marco Bellocchio colaboró en Las manos en los bolsillos y La China está cerca. Compuso las bandas sonoras de La batalla de Argel, Queimada y Operación Ogro, de Gillo Pontecorvo.

Bertolucci participó en la escritura del argumento de Hasta que llegó su hora, lo que demuestra, como en el caso de Morricone, que podían hacerse las dos cosas, cine más minoritario y cine para plateas amplias. Otro de los colaboradores en el guion de aquel filme del Oeste en el que la música más minimalista de Morricone, combinada con el uso del silencio, sostenía la dilatación del tiempo en recordadas secuencias como la de la espera de unos pistoleros en una estación de tren, fue Dario Argento, el maestro del giallo o thriller de terror. Para él también trabajó Morricone, dejando su sello en las nerviosas columnas sonoras de títulos como El pájaro de las plumas de cristal y El gato de nueve colas.

Y en clave francesa, Morricone también compuso para el gran género popular del cine galo, el polar o cine policiaco, caso de otra de sus partituras más inconfundibles, la de El clan de los sicilianos, versionada hasta la saciedad. Y no olvidemos su evocadora música para la nostálgica Cinema Paradiso, de 1988, película repuesta en nuestras salas después del confinamiento, así como su único encuentro con Pedro Almodóvar en ¡Átame! Dio pronto el salto al cine anglosajón. De entre toda su producción en Estados Unidos y Gran Bretaña destacan su incorporación del sonido spaghetti a Dos mulas y una mujer, así como piezas de distinto registro y calado en El exorcista II: El hereje, Días del cielo, La misión, Los intocables de Elliot Ness o En la línea de fuego. Pero uno de sus trabajos más reconocidos es el que elaboró para el filme de terror de John Carpenter La cosa, que es, curiosamente, una de sus obras menos personales, ya que Morricone hizo poco más que adaptar a su estilo el tipo de músicas inquietantes que escribía el propio Carpenter para sus películas.

PRECIADO GALARDÓN / Entre 1979 y 2001 fue nominado al Oscar en cinco ocasiones: por Días del cielo, el filme de Terrence Malick con arte europeo (música de Morricone y fotografía de Néstor Almendros), La misión, Los intocables de Elliot Ness, Bugsy y Malena. En el 2007 le concedieron ese Oscar honorífico que siempre dan a quien no lo ha ganado por una de sus películas. La relación de Morricone con el galardón hollywoodiense parecía así cerrada, pero nadie esperaba que Quentin Tarantino, tras utilizar varios de sus temas ya existentes en Kill Bill y Django desencadenado, le encomendará en el 2015 la banda sonora original de Los odiosos ocho. Morricone, aupado por uno de sus más fervientes admiradores, consiguió, ahora sí, su preciado Oscar a la mejor banda sonora y, de paso, el Globo de Oro. Y como colofón, poco antes de su fallecimiento, le llegó el Princesa de Asturias de las Artes. Morricones, genio y figura hasta el final.