Hoy se cumplen cien años del traslado de los restos mortales de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) desde la Sacramental de San Isidro de Madrid a la cercana ermita de San Antonio de la Florida, decorada con los frescos que el pintor aragonés de Fuendetodos había hecho en 1798. Lugar más idóneo no se podía haber encontrado para sus restos, pero el camino hasta allí fue largo (91 años) y sinuoso (recibió sepultura cuatro veces).

Goya murió a los 82 años en Burdeos, donde se había exiliado voluntariamente desilusionado por la política absolutista de Fernando VII. Fue enterrado en el cementerio de la Cartuja de la localidad francesa, en el panteón de su consuegro, Martín Miguel de Goicoechea, y tras permanecer en el olvido durante 70 años, en los que desapareció el cráneo, sus huesos y los de su consuegro, que estaban mezclados, fueron trasladados a España. Recibieron sepultura de forma provisional en la Colegiata de San Isidro de Madrid, y después en el pabellón de hombres ilustres de la Sacramental de San Isidro.

El 29 de noviembre de 1919, los restos de Goya fueron trasladados desde el cementerio de San Isidro a la ermita de San Antonio de la Florida. El marqués de Torrecilla, en representación del rey Alfonso XIII; el ministro de Instrucción Pública, el alcalde de Madrid (Luis Garrido Juaristi), Eduardo Dato, el Conde de Romanones y Joaquín Sorolla, entre otras autoridades y artistas, asistieron a la sepultura.

Pergamino de Alfonso XIII

En la reinhumación, cuentan que se introdujo en la sepultura un pergamino, firmado por Alfonso XIII, con el siguiente texto: «Falta en el esqueleto la calavera, porque al morir el gran pintor, su cabeza, según es fama, fue confiada a un médico para su estudio científico sin que después se restituyera a la sepultura ni, por tanto, se encontrara al verificarse la exhumación en aquella ciudad francesa».

En la misma línea apunta el libro Iglesias de Madrid, de Carlos Osorio y Álvarez Benítez, donde se recoge que la desaparición de la calavera dio origen a «varias leyendas, aunque lo más probable es que le fuera sustraída para hacer estudios frenológicos, dado que en aquella época se creía que se podía estudiar la personalidad a partir de la forma del cráneo».

En 1928, en el primer centenario de su muerte, para asegurar la conservación de las pinturas, se construyó al lado una iglesia idéntica destinada al culto y se dejó la ermita solo como museo-panteón a cargo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que cedió en 1987 al Ayuntamiento de Madrid.

Con motivo del centenario de su traslado a San Antonio de la Florida, las visitas de este viernes a la ermita estarán amenizadas por un guitarrista con música de la época.

Pero la celebración no se reduce a este día, explica Hortensia Barderas, directora del Museo de Historia de Madrid, del que depende la ermita. «En el transcurso del año se han hecho diferentes actuaciones, como la reedición de la guía de la ermita y dos visitas guiadas especiales sobre este tema dentro del proyecto Madrid con otra mirada», recuerda Barderas.

La ermita es de pequeñas proporciones y fue diseñada dentro del gusto neoclásico. En su interior, destaca la cúpula con los frescos que representan uno de los milagros de san Francisco de Padua. Varios cientos de personas visitan cada día el museo-panteón. El año pasado fueron 109.769 y este, hasta el mes de octubre, 88.552. «Todo el que tenga interés por Goya no puede perderse esta visita, que tiene un valor añadido tremendo al mostrar unas pinturas que vemos en el mismo lugar para las que fueron pensadas por su autor», explica la artista Loli del Olmo.