Que una película esencialmente compuesta de planos fijos de hombres con bigote y mujeres con corsé hablando o leyendo cartas reciba la sonora ovación que recibió ayer Un método peligroso en la Mostra de Venecia es una demostración, para todo aquel que aún la necesite, del enorme talento de David Cronenberg.

Su nueva película explora de forma precisa, lúcida y tremendamente disciplinada la relación que a principios del siglo XX mantuvieron Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y Ernst Jung (Michael Fassbender), y su posterior ruptura a causa de Sabina Spielrein (Keira Knightley), que primero fue su paciente y luego su colega. En otras palabras, el nacimiento del psicoanálisis. Y recreado, ojo, por el hombre que dirigió La mosca (1986).

Suena raro pero no lo es tanto. Primero porque el interés del tema es claro. Como explicaba Cronenberg ayer, "en la sociedad austriaca de la época existía una visión utópica del futuro y una ilusión de progreso imparable, y las ideas de Freud destruyeron esa imagen al demostrar que algo oscuro anida en el interior del ser humano". Segundo, porque ¿qué tiene de extraño que un hombre cuyas películas han explorado las zonas más abisales de la mente se interese por la ciencia que estudia el funcionamiento del cerebro?

David Cronenberg, en cualquier caso, manifestaba hace unos días sus sospechas de que la película podría atraer más a aquéllos interesados en el psicoanálisis que a sus propios fans. Sabe que ha hecho una película muy literaria, que opta por un estilo rígido y estático, en parte porque se basa en las cartas que se intercambiaron Freud, Jung y Spielrein. Pero, y ahí está el mérito, Un método peligroso es una película sorprendentemente ligera, plagada de intercambios llenos de irónico ingenio entre el atormentado suizo y el petulante austriaco y trufada de guarronas escenas de sexo.