Manuel Vicent habría necesitado devanarse la sesera con mucho afán para concebir un personaje de novela tan jugoso como Jesús Aguirre: hijo de madre soltera en la República, discípulo de Joseph Ratzinger en sus años de formación religiosa, intelectual de izquierdas en el tardofranquismo, confesor de cabecera de la burguesía roja que hizo la transición, agitador cultural en el arranque de la democracia, erudito celoso de una homosexualidad que preservó velada, inteligente, pérfido, mordaz. Y, encima, consorte de la única mujer que es veinte veces grande de España.

Demasiado perfecto para ser real. "Era un puro personaje de la corte de los milagros de Valle-Inclán; vivo o muerto, no podía permitirme dejarlo escapar", justifica el escritor a cuento de Aguirre, el magnífico (Alfaguara), su último libro, donde retrata la poliédrica vida del personaje que ha pasado a la historia como decimoctavo duque de Alba, "aunque era mucho más. Era el titular de una biografía apasionante llena de capas y zonas oscuras" apunta el autor.

MAGNETISMO LITERARIO

Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) se decidió a hincarle el diente a Jesús Aguirre por ese magnetismo literario de su biografía, y por algo más. "Porque lo conocía personalmente, aunque no llegué a ser su amigo, y porque a través de él se puede contar medio siglo de vida de España", razona. El autor desvela su plan: "No deseaba escribir una novela clásica, ni una biografía, ni un libro de historia. De hecho, narro en primera persona. He tratado de componer un retrato ibérico de un período de la historia de este país. El argumento me lo daba Aguirre, cuya vida es puro material literario", explica.

PLEYADE DE INTELECTUALES

Puestos a dar, Aguirre le dio en vida a Vicent hasta el mismo encargo. En la entrega del Premio Cervantes de 1985, el duque de Alba acercó al novelista hasta donde estaba el rey y le dijo: "Majestad, le presento a mi futuro biógrafo". Don Juan Carlos respondió: "Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado". La escena, que da inicio al relato, tuvo en la memoria del autor un poder seminal. "Mis libros siempre parten de una primera sensación, un olor, una anécdota. En este caso, el inicio ya lo tenía claro. El resto era dejar que la historia fluyera", revela el autor.

Sin prestar atención a las gotas de ironía con las que Aguirre solía invocar a Vicent como su biógrafo, el escritor reconoce que llevaba tiempo con ganas de adentrarse en el personaje, pero el perfil más popular de su figura le frenaba. "Escribir este libro me parecía muy difícil, porque Jesús Aguirre tiene referencias a una parte de la sociedad que no me interesa nada. Corría el riesgo de caer en el foso del tomate y la prensa del corazón. He tratado de eludir ese abismo evitando hacer un libro escandaloso", confiesa.

Insiste mucho el autor en dejar claro que él no ha escrito sobre el duque de Alba, sino acerca de una figura que traspasó la historia reciente de este país como un sable. De hecho, sus años como aristócrata no son relevantes en el relato. "Fue la parte menos interesante de su vida. Aguirre era fascinante por él mismo, no por emparentar con los Alba", avisa el escritor.

A caballo sobre distintos pasajes de su biografía, pero sin seguir un orden cronológico fijo, Vicent va componiendo el retablo de la vida de Aguirre, pero también el de toda una época histórica. Por sus páginas desfilan figuras como Felipe González --a quien Aguirre presentó en sociedad en una de las tertulias que solía organizar--, Enrique Ruano --estudiante muerto en pleno interrogatorio de la policía franquista, y al que estaba muy unido--, Tierno Galván, José Luis Aranguren, Ramón Tamames y toda la pléyade de intelectuales y políticos de izquierdas que animaron la vida pública en los últimos años de la dictadura y primeros de la democracia.

Con todos trató Jesús Aguirre, unas veces como confesor y otros como agitador, pero siempre desde la distancia erudita y litúrgica que él sabía imponer. "Estuvo toda su vida diciendo misa, incluso después de colgar los hábitos. Todo en él era litúrgico, hasta los gestos. Aguirre hizo una gran representación de sí mismo a lo largo de su vida", recuerda Manuel Vicent, quien afirma sin sorna: "Habría sido un estupendo papa. Un papa intelectual, torturado y con un punto de malvada exquisitez y muy estética. Lo habría hecho a la perfección, igual que supo ser más aristócrata que nadie cuando le tocó", deduce el autor.

Lo que ya no tiene tan claro Vicent es qué ocurría al otro lado de esa piel de serpiente que supo engatusar a fieles, intelectuales, políticos y duquesas. "Jesús Aguirre tenía una zona oscura muy preservada en la que nadie entró. Siempre transmitía un fondo de tristeza, como si deseara algo que no podía conseguir. Se divirtió mucho, pero creo que nunca fue feliz", concluye el escritor.