Como cualquier otra ficción con ese título, la ópera prima de Ladj Ly se inspira de algún modo en la obra magna de Victor Hugo, pero que nadie espere encontrar en él trajes típicos del siglo XIX ni actores haciendo gorgoritos; se trata de una explosiva historia de violencia ambientada en los suburbios parisinos contemporáneos. «El trabajo de Hugo me impactó profundamente cuando lo leí en la escuela», confiesa el director. «Y está claro que siglo y medio después seguimos viviendo en una sociedad terriblemente clasista y llena de miserables», resalta.

Como parte de la novela, además, la nueva película transcurre en la comuna de Montfermeil, que Ly se conoce como la palma de la mano -allí se instalaron sus padres procedentes de Mali en 1980, el año de su nacimiento-; y en buena medida es la autenticidad que transmite lo que la ha convertido en todo un fenómeno cinematográfico internacional desde que obtuvo el Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes, y en la candidata francesa en la carrera hacia el Oscar.

«Montfermeil es un lugar azotado por la pobreza, el desempleo y el racismo, en el que la gente se ve obligada a malvivir para llegar a fin de mes», explica Ly. «En esas circunstancias, es lógico que haya quienes se rebelen». Por supuesto, hay muchas formas de insurrección. Aunque Los miserables es su primer largometraje, el director lleva más de 15 años plasmando en imágenes las injusticias que lastran su entorno. «Siempre he considerado mi cámara como un arma y la he usado para vigilar mi vecindario y protegerlo». En el 2005, durante los disturbios que tuvieron lugar en la capital francesa después de que dos adolescentes perseguidos por la policía murieran electrocutados, él fue uno de los cientos de jóvenes que se lanzaron a la calle. «No tiré piedras, sino que filmé lo que pasó; esa fue mi contribución al levantamiento».

En todo caso, el suceso que inspiró al director a la hora de hacer tanto la nueva película como el corto homónimo del 2017 que la precedió es otro: en el 2008, fue testigo de una actuación policial ilegal que dejó a un niño al borde de la muerte. «Grabé un vídeo y lo colgué en internet, y gracias a él se abrió una investigación que provocó al suspensión de varios agentes». Recordar aquello sigue siendo pertinente porque, asegura, «más de una década después las cosas no han cambiado mucho».

UN GRITO DE ALARMA / Quizá sorprendentemente, Los miserables adopta el punto de vista de la policía. «Me siento legitimado para ponerme en su piel», explica Ly. «Desde que era un niño me han cacheado al menos una vez por semana, unas 800 veces. Y, como digo, durante mucho tiempo me dediqué a controlarlos con mi cámara, filmando sus intervenciones; se interpusieron unas 40 denuncias contra mí por ese motivo». Asimismo, para preparar la película el director patrulló junto a equipos de la Brigada Anticriminal francesa (BAC). «De todos modos, no he querido demonizarlos; sé perfectamente qué difícil es su vida diaria».

No es el único aspecto en el que Los miserables esquiva el estereotipo; en su retrato de los suburbios no hay rastro de drogas ni de armas ni de hip-hop, y sí un empeño en dejar claro el papel que allí desempeña el Islam. «Los imames están presentes en la vida diaria, y tratan de que los niños y los jóvenes vayan a la mezquita en lugar de meterse en líos. Pese a lo que muchos quieren creer, la oración no te convierte en un terrorista; los verdaderos terroristas son quienes llaman terroristas a los musulmanes sin motivo». En concreto, Ly dirige la culpa hacia el oportunismo de los políticos. «Nos señalan como los culpables de todos los males, pero no es culpa de las mujeres con velo que las grandes empresas estatales se privaticen porque el presidente Emmanuel Macron quiere complacer a sus amigos, ni que la tasa de desempleo en lugares como Montfermeil supere el 40 por ciento».

En su opinión, el caos y la anarquía que culminan su película no son sino el reflejo de un clima que se respira en las calles. «No quiero alentar la violencia,pero a veces es la única forma útil de hacer que las cosas cambien. Y no hace falta ser adivino para saber que la situación en los suburbios parisinos podría acabar en guerra civil». En ese sentido, añade, «Los miserables es un grito de alarma: tened cuidado, porque la nueva generación no tiene tanta paciencia como tuvimos nosotros, y explotará». Y parece ser que la advertencia ha surtido efecto: según informaba el diario Le Journal du Dimanche hace unos días, Macron se sintió tan turbado al ver la película que ha urgido a su Gobierno a que «se apresure a tomar medidas para mejorar las condiciones de vida en los suburbios».