La última línea del último libro de Francisco Umbral, Amado siglo XX , rezaba así: "Umbral contempló su obra con sosiego y se tumbó a descansar". En primera lectura, el divino Umbral colocaba un piedra más en el muro de su legendaria egolatría. En segunda instancia era una despedida. Atenazado por la enfermedad, corroboraba así su adiós definitivo. Atrás quedaban más de 100 libros, de difícil clasificación, porque el grafómano Umbral tuvo siempre un único tema: Paco Umbral. El era un género en sí mismo. También fue un personaje construido sin dobleces, levantado a golpes de incorrección política. Muy pocos se libraban de las invectivas de una lengua que él afilaba voluntariamente. ¿Y el propio Umbral? Se situaba por encima del bien y del mal, pero sin dejar de pisar el terreno de la voluntad literaria. Por ello acusó el golpe de haber sido ninguneado por la Real Academia. Con su prosa barroca, reescribió su vida muchas veces, inventándola y llenándola de brumas en Memorias de un niño de derechas , Retrato de un joven malvado , Trilogía de Madrid e incluso en novelas como Los males sagrados y Las ninfas , pero hurtó ahí un dato definitivo que la Anna Caballé reveló hace tres años en Francisco Umbral. El frío de una vida . Caballé descubrió la partida de nacimiento del autor, nacido Pérez Martínez --Umbral es un apellido inventado-- en una inclusa de Madrid, donde su madre, hija de campesinos emigrados a Valladolid, dio a luz al pequeño Paco al margen del padre, a quien él no llegó a conocer. Para la biógrafa, la escritura de Umbral surge de la ausencia de ese padre. Al igual que su mejor obra, Mortal y rosa , nace de la ausencia de su único hijo, Pincho, muerto a los 6 años.