Lo había tenido todo (una vocación ampliamente satisfecha, reconocimientos como el Nobel de Literatura, una voz escuchada y tenida en cuenta, señalada, una vida de amor y amistad) e iba a morir si no exactamente de tristeza sí con amargura. Había fallecido el presidente de Chile, Salvador Allende, tras el golpe militar de 1973, y doce días después le tocó a él, a Pablo Neruda, que cerró los ojos en la clínica Santa María de Santiago.

¿Qué queda al final de una vida? En una exposición como Una vida escrita en verso (Consorcio Cáceres 2016 y Fundación Academia Europea de Yuste) hay motivos que sugieren la extensión de esa existencia, sus relaciones, su actividad incansable, torrencial, si cabe el adjetivo, como su poesía. Hasta una propia declaración: Confieso que he vivido , sus memorias, uno de cuyos ejemplares de la primera edición figura en la muestra abierta en el palacio de la Isla de Cáceres hasta finales de noviembre.

Quince paneles recorren la biografía del chileno y en vitrinas se recopilan primeras ediciones de sus libros, cartas, objetos como conchas marinas, obras dedicadas por otros escritores como Alberti o Lorca, pruebas corregidas por el propio poeta de alguno de sus poemarios, fotografías. En las paredes, cuadros dedicados o regalados a él.

La exposición traza la conversión del pequeño Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, nacido en 1904 en Parral, al sur de Chile, en Pablo Neruda (cuando firma sus primeras poesías con ese seudónimo en 1920), y el éxito fulminante que le deparó su segundo libro, Veinte poemas de amor y una canción desesperada .

A partir de entonces, se convierte en embajador de su país: cónsul en Asia, en Barcelona, donde se amista con poetas del grupo del 27 y apoya la República al estallar la guerra civil. Senador en Chile en 1945, ingresa en el Partido Comunista. Vive exiliado durante dos años en París, en Italia. En 1970 es nombrado embajador en Francia y un año después recibe el Nobel.

Este breve recorrido vital lo puede seguir el visitante de la exposición cacereña. Los subrayados, el énfasis de esta vida lo observa en las vitrinas. De su paso por España hay diversos testimonios: el más curioso es el Sonsonete a la Coca cola , de Alberti, escrito en Buenos Aires a un expresidente de la compañía estadounidense. Escribe Alberti: "Me basta ver la Coca cola, ese vomitivo invasor, para morirme de dolor, lejos de mi tierra española...". También, un dibujo de Federico García Lorca (la imagen de un marinero de cuerpo de ramas), la carta que le escribió Miguel Hernández en 1938, un libro de Ramón Gómez de la Serna ("Para el gran poeta Neruda, trovador del futuro, con admiración y afecto, Ramón", reza la dedicatoria). Y muestras de la colaboración del autor de Canto General con artistas como Miró y Picasso (el volumen Toros , 15 litografías del creador malagueño y un poema de Neruda).