Ando leyendo estos días, de manera casi compulsiva, un poemario sobre el dolor que aún no se ha publicado (pero espero que lo haga). No sé qué hemos hecho con él en esta sociedad occidental, ni con la muerte, ni con el miedo. Una dice que recuerda a un amigo que se fue y le mandan ánimos. En los tanatorios le preguntan a un niño de 13 años que acaba de perder a su padre hace unas horas en qué curso está o si conoce a un tal Nacho, con ahínco, varias veces. A una madre que acaba de perder a su hija por cáncer y que entra en la iglesia muerta de dolor y diciendo: «Mi pequeña, mi pequeña» la quieren inflar a trankimazines. Porque llorar está mal. También se acercan a ti completos desconocidos, que no han ido allí por ti, para besarte, abrazarte y saber en qué trabajas, en unas circunstancias en las que, por supuesto, te apetece muchísimo ser simpática y socializar. Gente mayor, oigan, que ya han pasado por este trance alguna que otra vez, se supone. Ah, el silencio: cuánto se echa de menos a veces, el silencio.

Comprendemos (somos así de empáticos) que hay quien no sabe qué decir ni qué hacer. En la muerte y en la enfermedad. Doy unas ideas. Lleva comida durante la primera semana o durante los primeros quince días. Haz la compra. Llévate la ropa a tu casa, pon lavadoras y plancha. Abraza en silencio. Pregunta si necesitan algo. Lleva a sus hijos al colegio, si tiene hijos. Y, sobre todo, deja que la gente te cuente que está mal.

Cuando uno está enfermo, no puede decir que está mal. Pero lo está. Y hay que exponerlo y hay que sacarlo a pasear porque lo que no se nombra no existe y, cuando sí existe, te revienta la cabeza. «Continúa el dolor en las articulaciones, tengo entumidos los dedos de las manos y de los pies, se me olvidan las cosas y poco a poco voy recuperando mi forma física. Soy consciente de que algunas de esas secuelas se irán para siempre y otras no». Lo escribe Manuela Monje en el prólogo de Karkinos Triple Negativo, que lleva el subtítulo «El cáncer de mama no es tan rosa». El rosa lo vemos en las bandanas que se ponen, todos los años, en los anuncios de la tele, todas esas modelos que no están calvas de una quimio y que tienen 20 años, con su piel tersa y las tetas y los pezones en su sitio. «La desinformación y la imagen alegre que transmite el lazo sobre la enfermedad no ayudan». Eso lo dice el marido de Manuela, que se llama Lucas Garra y es fotógrafo. El día que le diagnosticaron, sacó el móvil e hizo una foto, un selfie, destrozados los dos. Porque a ti te dicen que tienes un cáncer agresivo y, en un selfie, o tienes cara de shock o estás llorando- No hay mucho más. Si intentas sonreír, te sale un rictus. Y ese sentimiento también se puede retratar.

Karkinos, el libro, lo ha editado la Fundación Caja Badajoz. Su importe es de 15 euros: tengo muchos libros de fotografía: sé lo que cuestan: uno así valdría unos 60 o 70. Van íntegros a un proyecto de investigación en el Infanta Cristina que liderará la oncóloga Raquel Macías. «Quiero hacer fotos, pero el respeto hacia ella me puede». Al final, Manuela, Manu, le pidió a su marido que la fotografiara. También la fotografió su hijo. Hasta el 29 de diciembre pueden ver la exposición en la sede de Caja Badajoz de Mérida.

Es dura. Un Karkinos Triple Negativo en una mujer menor de 50 años es un diagnóstico feo. «Necesito ayuda. He caído a un pozo del que no logro salir. No dejo de pensar que me queda mucho por hacer». Hay fotos en una sala de espera vacía, fotos de Manu riendo, fotos con su hijo el día que le dijo que tenía cáncer y él le preguntó si se iba a morir. «Me derrumbo muchas veces. Quiero que me digan ya lo grave que es la situación». Una imagen con una frase que repite, como una salmodia, «no estoy sola», pero que la muestra completamente sola en una sesión de quimioterapia.

EL ESTADO MENTAL / Qué ovarios ha tenido esta mujer, pienso. No por pasar un cáncer de mama, que para eso no hay que tenerlos: a una la diagnostican y sigue un tratamiento, el que los médicos dicen que te puede curar. No, esto no es una lucha: no se puede batallar de ningún modo. El estado mental es importante, sí, eso ya lo sabemos: pero no es una guerra. Es un proceso. A veces sale bien (han pasado dos años desde su diagnóstico y está viva: con miedo a que algo salga mal en las revisiones, pero viva), pero a veces no sale bien y muere gente que tenía muchas ganas de vivir y que disfrutaba del sol y de los tejados que se veían desde la terraza incluso en los días más agresivos del tratamiento.

Qué ovarios ha tenido por querer ser partícipe de un proyecto en el que se la iba a mostrar en lo más íntimo: el deseo o no de mantener relaciones, la rabia, el tragarse las lágrimas, la desesperación y el terror a la muerte y a no ver crecer a tu hijo. También las reuniones, las fiestas, los cuidados. Porque en el dolor hay costras, pero también se ríe uno y disfruta, porque, si no, no hay mente que lo soporte. Es la historia de muchas personas. Y en esa historia, aunque haya amor y amigos, no todo es tan rosa.