Igual que en las series de época de la BBC, aquí, en el Hotel Cadogan, el servicio también se reúne en torno a la mesa de la inmensa cocina subterránea en los ratos muertos, que suelen ser muy pocos. Sorben té, mordisquean galletas de jengibre, chismorrean sobre los patronos y entretejen sueños que nunca llegarán a colmar. Justo esta mañana han recibido una visita inesperada: la cocinera de Leonard y Virginia Woolf, Nelly Boxall, quien los ha divertido, mientras desgranaban los guisantes parael almuerzo, con anécdotas sobre la señora, que si se lía ella misma los cigarrillos, que si se pirra por el helado con chocolate caliente, hasta que ha emergido el poso negro de los reproches. Los caprichos ("haga mermelada de naranja"), las zambullidas en la apatía, las fiestas con sus amiguitos bebedores de whisky, la voz chillona de Lady Ottoline, la cicatería y lo que pesa el canasto del carbón. "¿Y sabéis qué? -les ha confesado-. La señora habla de mí en sus diarios íntimos!".

Vaya que sí. Virginia Woolf mantuvo con Nelly Boxall una relación de amor odio durante los casi 20 años que la cocinera permaneció a su servicio, un vínculo con altibajos, rencillas y choques que ocasionaban sus respectivos temperamentos, así como la incomodidad de la escritora con dar órdenes y asumir que dependía de las criadas, dada su torpeza para las tareas domésticas (en una ocasión, se le coló la alianza de bodas en un pudin de cordero). El 6 de enero de 1926 anotó con ciertaburla: "Hoy Nelly ha presentado su dimisión número 165". Y llegó a especular en sus cuadernos con la posibilidad de escribir una historia sobre Nelly, "su carácter, nuestros esfuerzos por librarnos de ella, nuestras reconciliaciones".

Fue Alicia Giménez Bartlett quien le tomó la palabra novelando su turbulenta relación en Una habitación ajena, premio Lumen 1997, donde subrayó las contradicciones en que incurrió la autora de la célebre proclama: "Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas". En una escena memorable, Nelly echa a la señora de su cuarto. En realidad, la cocinera nunca tuvo una habitación propia. Renunció al matrimonio porque prefirió vivir libre en una habitación ajena que como una esclava en su casa. Lo había aprendido, a un alto precio, con su señora.