Después de tres décadas como poeta y ensayista, el colombiano William Ospina (Tolima, 1954) se reinventó como novelista con Ursúa , un relato cargado de maravillas de la conquista de América y de la búsqueda de El Dorado y en el camino encontró una voz nueva, poética y prodigiosa, y con ella un batallón de lectores. Tras Ursúa vino El país de la canela , premiada con el Rómulo Gallegos no sin polémica (Ospina es un apasionado defensor de Chávez y el premio se concede en Venezuela). La trilogía se cierra ahora con La serpiente sin ojos (Mondadori), relato de la expedición al Amazonas donde Ursúa encontró la muerte a manos del monstruoso villano Lope de Aguirre.

--La trilogía muestra la suma de crueldades de los españoles en tierras americanas, pero late en su interior un intento de reconciliación.

--Los latinoamericanos llevamos cinco siglos en una sociedad que ha negado sus contenidos indígena y africano y podemos perder otros cinco tratando de negar nuestro contenido español. Me parece más sensato llegar a una síntesis. No todo lo que llegó de España es admirable, pero tampoco todo fue repudiable.

--¿Por qué no ha querido mostrar la violencia ritual de los indígenas?

--No es justo oponer la violencia de los conquistadores y la de los pueblos precolombinos porque son cosas distintas. Lo que quería era plasmar el choque de culturas. Los partidarios de la conquista celebran que 400 españoles en México y 170 en Perú sometieran a millones de hombres. Yo creo que eso demuestra lo pacíficos que eran.

--¿Había conquistadores y conquistadores?

--En cierta forma, sí. Ursúa es un conquistador para la Corona, el loco Lope de Aguirre lo es para sí mismo y Juan de Castellanos, el creador de los más de 100.000 versos del poema Elegías de varones ilustres de Indias , lo es para el idioma. Para mí, naturalmente, el hecho fundador es este último, el logro de aunar en un poema el castellano de España con caimanes, guanabas, iguanas y bohíos.

--¿Y por qué hoy el sevillano Castellanos es desconocido?

--En Alanís, su pueblo natal, casi no saben que existió, y fue el fundador de la poesía en diez países de América.

--Usted le debe el tono poético y legendario de su prosa.

--Siempre he sentido que el mundo es mágico e incomprensible. No solo me asombran las corazas de los conquistadores, me asombra que debajo hubiera corazones y miedos. En todo lo que escribo subyace ese asombro, la idea de que el lenguaje está más para explorar que para decir lo ya sabido.

--¿Qué relación tiene esta novela con la Colombia actual?

--Lo principal es que no hemos resuelto nuestra vinculación con la naturaleza y eso entronca con la destrucción de la selva amazónica. Hay que pensar que mientras esta estuvo en manos de los pueblos indígenas no hubo peligro y cuando cayó en manos del espíritu empresarial la selva empezó a perder la batalla. La Amazonía no es solo un rincón del planeta, es su pulmón.

--Habla del poder de lo legendario en América. ¿El fantasma de Chávez será el último en ese Olimpo?

--Yo mido a Chávez desde Colombia, un país que vive en guerra, lo que hace que exista con problemas de racismo y de exclusión social. En Venezuela, gracias a que Chávez se esforzó por ofrecer un horizonte de dignidad a la gente, no ha pasado lo mismo. Además, no hay que olvidar que todos los que se quejan del chavismo viven bastante bien.

--En Europa es difícil aceptar el caudillismo de Chávez.

--Lo que es difícil es juzgar las sociedades con parámetros distintos.

--¿Y el chavismo sin Chávez tiene futuro?

--Es una incertidumbre. Me divierte que en los últimos tiempos haya un creciente descubrimiento de lo bueno que era Chávez, porque ahora el enemigo a batir es otro. De Maduro dicen que no tiene el carisma de Chávez. Así que el hombre al que todos detestaban parece mejorar por momentos. Estuve en Caracas durante las elecciones y medio país hacía sonar cacerolas y el otro medio, fuegos de artificio. Yo a eso lo llamo democracia.