Que Inmersión sea una buena película o una película mediocre no es una cuestión pertinente. Lo que es seguro es que es una opción adecuada para inaugurar un festival de máxima categoría. Lleva la firma de un cineasta aún consagrado, a pesar de que su época dorada ya pasó -el alemán Wim Wenders (París, Texas)- y está protagonizada por una estrella, la sueca Alicia Vikander (la próxima Lara Croft y la ganadora de un Oscar por La chica danesa). Ambos alzaron ayer el telón del certamen de San Sebastián con autoría y glamur. Todos contentos, pues.

Basada en una novela, Inmersión habla de yihadismo y ecología. El punto de partida es interesante, aunque la película termina por ser excesivamente grave, trascendente, fría y, sobre todo, pretenciosa. Sus protagonistas son un espía (James McAvoy) y una estudiosa del mar (Vikander). Ambos se conocen en un lujoso hotel de la costa francesa y tras seducirse entablan una relación amorosa que tiene los días contados por sus respectivos trabajos. Él se va a África para luchar contra los yihadistas de Somalia. Ella está a punto de emprender una peligrosa investigación submarina. Ella deja de tener noticias de él y piensa que no quiere saber nada de ella, que ha sido amor de una noche. La realidad es que el espía ha caído preso de unos radicales.

Inmersión tiene aroma político y ecologista, pero básicamente es una historia de amor. Algo fría, porque el espectador no consigue emocionarse con apenas nada.

Wenders es consciente del plus de presión que supone abrir un festival, aunque no parece que le tiemble el pulso. Hace muchos años que decidió dejar de leer las críticas. «Las buenas te hacen sentir muy bien. Y las malas, una mierda. Creo que no es bueno ni lo uno ni lo otro, así que no las leo y me limito a preguntar a mi mujer qué tal son», explicó ayer -con una sonrisa.