Guionista, productor, actor y director de cine, Win Wenders (Düsseldorf, 1945) en su juventud había querido ser cura, cirujano (como su padre) y, hasta, pintor. Defensor de que la creatividad explica el mundo, ha estrenado en España su último trabajo, ‘Inmersión’.

Fue uno de los impulsores de Nuevo Cine Alemán, movimiento esencial en la renovación que el lenguaje fílmico experimentó en la segunda mitad del siglo XX. Obtuvo la Palma de Oro de Cannes gracias a ‘Paris, Texas’ (1984). Y el León de Oro del Festival de Venecia con ‘El estado de las cosas’ (1982), y casi medio siglo después de debutar como director, el alemán sigue siendo uno de los cineastas europeos esenciales. Y su trigésima película es una de las más ambiciosas de su carrera. Inmersión parte de la historia de un amor imposible entre una biomatemática a punto de sumergirse en lo más profundo del Mar de Groenlandia (Alicia Vikander) y un agente del servicio secreto británico (James McAvoy), para hablar de espionaje internacional, y de fanatismo religioso, y de retos medioambientales y, en realidad, de casi todo.

-Su película habla de terrorismo yihadista y de la exploración del núcleo terrestre. ¿Por qué decidió entrelazar ambos asuntos?

-Soy consciente de que cada uno de ellos merecería su propia película. En todo caso, está claro que la exploración del planeta tiene que ver con la búsqueda de recursos naturales, y los recursos naturales están relacionados con el problema de la pobreza. Del mismo modo, yo creo que la pobreza, y la desigualdad económica, son factores a tener muy en cuenta al hablar de terrorismo. En todo caso, no olvide usted que Inmersión es ante todo una historia romántica. Me di cuenta de que solo sería capaz de hablar de violencia y odio y muerte partiendo de algo tan hermoso como el amor.

-Hay muchas películas que hablan de la exploración de otros planetas, pero muy pocas que se adentran en lo profundo del nuestro. ¿Cómo lo explica?

-Lo cierto es que el hombre siempre ha sentido un gran deseo de viajar a las estrellas, y a la luna, y a otros planetas, peor nunca se ha interesado por saber qué hay al fondo de los océanos. Y es curioso, porque actualmente sabemos que toda la vida en el planeta procede de allí. Cuando salimos por primera vez al espacio descubrimos que desde ahí arriba la Tierra se veía hermosísima, y supongo que por eso seguimos prefiriendo volar al exterior que bucear en nuestras fauces. Pensándolo bien, eso es una metáfora perfecta de lo que pasa actualmente en nuestro mundo. Buscamos la raíz de nuestros problemas en otros lados, cuando en realidad deberíamos buscar en nuestro interior.

-¿Cómo explica usted el problema del terrorismo yihadista?

-Hace solo unos 400 años atrás, en países como el de usted o el mío la gente era quemada en la hoguera y torturada en nombre de la religión. Y cuando la Inquisición gobernaba en Europa nadie vino a lanzar bombas sobre nuestros antepasados. Las bombas no son la manera adecuada de lidiar con gente de fe, incluso si esa fe está llena de fanatismo. Deberíamos encontrar otras respuestas distintas al reto del fundamentalismo.

-¿Cree que hacer un filme sobre ello puede ayudar a encontrarlas?

-Las películas, qué duda cabe, siempre han contribuido al debate. Y yo con Inmersión he querido recordar que, como dijo Martin Luther King, la oscuridad no se combate con más oscuridad. La primera reacción de Occidente tras el 11-S fue la venganza. Se decidió que el enemigo era Irak a pesar de que allí no había armas de destrucción masiva, y se invirtieron billones de dólares en destruir el país. Ahí está el origen de la plaga terrorista que sufrimos en la actualidad. Si en lugar de gastar ese dinero en destrucción lo hubiéramos gastado en infraestructuras para esos países, hoy no habría ni un solo terrorista. Y el problema es que han pasado casi dos décadas y no hemos aprendido nada; Donald Trump muestra el mismo comportamiento ignorante y agresivo. Para luchar contra el terrorismo hay que buscar la integración, no construir muros.

-Ni cerrar fronteras, como hace Europa.

-Lo que está pasando en Europa es una catástrofe. Nos estamos comportando justo de la forma contraria a la deseable. Lo último que necesitamos es todo este auge de los nacionalismos, y este afán por redefinir la idea de nacionalidad, y esa propagación de ideas retrógradas sobre lo que es la cultura, y lo que son un país y una nación, y lo que es la libertad.

-Al fin y al cabo, todo eso va en contra de la idea misma de Europa, ¿no es así?

-Sí, el continente se construyó sobre valores de tolerancia y diálogo que hoy, de repente, están siendo cuestionados y atacados. Y lo peor de todo, lo más absurdo, es que son cuestionados en base a ideas y valores que proceden del pasado y que ya demostraron ser catastróficos. Ninguno de esos partidos de ultraderecha tiene ideas de futuro, solo sienten nostalgia por supuestas glorias pasadas. Fíjese en lo sucedido en Gran Bretaña con el referéndum del brexit. A toda una generación de jóvenes británicos les ha sido robado su futuro, y los culpables son sus propios padres. En cuanto pienso en Europa, entro en cólera. ¿Podemos cambiar de tema?

-Por supuesto. De sus películas suele decirse que dan más importancia a las imágenes que a la narración o el argumento. ¿Está de acuerdo?

-Sí, y a veces siento que ese es mi punto débil: olvidarme de que las imágenes solo tienen interés si están al servicio de la historia. Me enamoro de mis planos y no sé deshacerme de los que sobran. Supongo que por eso disfruto tanto de la fotografía. Cada vez más, de hecho. Me permite crear obras de arte por mí mismo, sin necesidad de apoyarme en un aparato de producción y un centenar de personas a mi alrededor.

-¿Cuándo empezó a hacer fotos?

-Mi padre era un fotógrafo amateur y desde muy pronto quiso que yo compartiera su afición. Hago fotos desde que tengo uso de razón, para mí es tan natural como respirar o comer. Toda mi vida está documentada visualmente. Algunos de mis momentos más gratos los he pasado viajando por el mundo, a solas con mi cámara.

-La idea de viajar, de hecho, está presente en buena parte de sus películas. Muchas de ellas son ‘road movies’.

-Yo crecí en Alemania Occidental, que era un espacio claustrofóbico en muchos sentidos. Era pequeño, y estaba lleno de fronteras por todos lados, y poblado por gente muy cerrada. Por eso desde niño sentí ese placer por viajar. Recuerdo mi primer trayecto en tren como mi primer momento de pura felicidad. Es una pena que hoy en día viajar ya no signifique nada.

-¿Por qué lo dice?

-Porque hoy en día cualquier hijo de vecino se larga a pasar el fin de semana a Vietnam. No hay un solo lugar del mundo que no haya sido reconvertido en un parque de atracciones. Hoy en día la gente ya no viaja; hace turismo. Y me deprime bastante pensar que lo que buscan al visitar otros países no es recopilar experiencias personales sino hacer un montón de fotos que colgar en Instagram. Viajar, pues, ha dejado de ser una opción válida para vivir aventuras. Para hacerlo hay que viajar a territorios recónditos de la mente, como hacen los músicos, los pintores, los escritores y los arquitectos.

-Usted siempre ha confesado su amor por el cine americano, y vivió 15 años en Estados Unidos. Sin embargo, solo llegó a rodar una película en Hollywood, ‘Hammett (1980)’. ¿Por qué?

-Porque aquella experiencia fue un infierno, y porque me di cuenta de que los estudios de Hollywood no me dejarían hacer aquello que se me da bien hacer. Y me prometí que nunca más volvería a trabajar en una película sobre la que no pudiera mantener pleno control creativo. Desde entonces nunca he vuelto a trabajar teniendo a alguien detrás, vigilándome. Eso significa que no puedo hacer películas de gran presupuesto, pero me compensa. Siempre he hecho el cine que he querido.

-Y ya ha dirigido 30 películas. No está mal.

-Sí, pero tuve la suerte de empezar a hacer cine en los 70, cuando las cosas eran mucho más fáciles. Si quisiera rodar actualmente una película como Alicia en las ciudades (1974) me sería imposible encontrar financiación. Me echarían a patadas de los despachos. Además, hoy en día las películas se ven obligadas a conectar con el público el fin de semana de su estreno, o si no desaparecen de la cartelera. Yo no hago ese tipo de cine.

-¿Se siente fuera de lugar?

-Tengo 72 años, cualquier persona sensata de esa edad tiene que sentirse fuera de lugar. A veces me escucho a mí mismo y me doy cuenta de que hablo como un abuelo. Mi nieto de cuatro años es capaz de manejar el iPad mejor que yo, es como si los niños de ahora ya nacieran sabiendo relacionarse con una pantalla. De hecho, las nuevas generaciones prefieren relacionarse con pantallas que con el mundo real. Eso no es para mí.