«Al no creer en el más allá, me es prácticamente indiferente que la gente me recuerde como un cineasta o un pedófilo», sentencia Woody Allen en su autobiografía, Apropos of nothing (A propósito de nada), y sus palabras sirven para ilustrar también lo que a buen seguro opina de la controversia que ha envuelto su publicación en Estados Unidos; el libro, después de todo, vio la luz de forma repentina la semana pasada gracias a firma Arcade Publishing, después de que la editorial Hachette decidiera romper su acuerdo con el cineasta a causa de las acusaciones que pesan sobre él desde hace décadas. Alianza publicará las memorias en español el 21 de mayo.

«Nunca le puse la mano encima, ni le hice nada que pudiera malinterpretarse», explica Allen en esas páginas para aclarar una vez más que no abusó sexualmente de su hija adoptiva Dylan en 1992, cuando la niña tenía solo 7 años y él se hallaba enzarzado en una violenta ruptura con Mia Farrow; que la investigación a la que entonces se le sometió fue consecuencia de un montaje orquestado por la actriz tras descubrir que otra de sus hijas, Soon-Yi Previn, mantenía una relación con él; y que ni jueces ni fiscales ni médicos encontraron evidencia alguna de mala conducta por su parte. Todo, insiste, se debe al «lavado de cerebro» sistemático que Farrow practicó tanto a Dylan como a Satchel--posteriormente rebautizado Ronan--, el único hijo biológico que sus 11 años de unión dieron como fruto.

A lo largo del libro, haciendo de su propia defensa un ataque, Allen lanza numerosas acusaciones e insinuaciones acerca de quien fue su musa en 10 películas. Tras arrojar dudas sobre la paternidad de Satchel --«ella siempre me dio a entender que es hijo de Frank Sinatra»--, el cineasta sugiere que Farrow durmió desnuda con el niño hasta que este cumplió 11 años, y que tiempo después lo coaccionó para que se sometiera a una serie de dolorosas operaciones para aumentar de estatura; asimismo la describe como alcohólica y adicta a las pastillas y, tras señalarla como responsable de los suicidios de dos de sus 14 hijos, recuerda asimismo que Farrow dejó intencionadamente que su hija Lark --enferma de sida-- muriera a solas en el hospital un día de Navidad. «Mia disfrutaba de adoptar niños como quien se compra un juguete nuevo, y también le gustaba la buena publicidad que recibía por ello», escribe Allen.» Pero no le gustaba educarlos, y en realidad no cuidó de ellos», escribe.

HUMOR CERTERO / Las 400 páginas de Apropos of nothing incluyen también recriminaciones contra quienes han dado crédito a las mentiras de los Farrow «rebosando indignación moral sobre un asunto del que no saben nada», y bromea sobre la posibilidad de que el monumento erigido en su honor en Oviedo acabe «destruido» a manos de algunos de esos haters (persona que odia). Sobre los actores que trabajaron con él y luego decidieron darle la espalda recuerda que «no haber revisado los detalles del caso --de haberlo hecho no habrían llegado a conclusiones tan rotundas-- no les impidió hablar públicamente con una convicción obstinada»; y en concreto acusa a uno de ellos, Timothy Chalamet, de haberle repudiado para aumentar sus posibilidades de ganar el Oscar.

Cuando no tratan de funcionar como exculpación, las memorias ejemplifican a la perfección el certero humor de su autor, su incontenible ironía y su tendencia a convertirse en blanco de sus propios chistes. Woody Allen pasa buena parte del libro recordando su infancia en Brooklyn, durante la que no recibió más que adoración por parte de sus padres --aunque experimentó «una moderada sensación de ansiedad... como si me hubieran enterrado vivo»--; rememorando un tiempo, durante la adolescencia, en el que le interesaban mucho más los deportes y las chicas bonitas que la literatura; y dedicando elogios a buena parte de los cómicos, actores y directores con los que ha coincidido a lo largo de su carrera. Al hablar de sus propias películas, en cambio, utiliza «ineptitud», «fracaso» y «mediocridad» entre otros términos despectivos. «Se me han dado millones de dólares y un control artístico total y aun así he sido incapaz de hacer ni una sola que fuera realmente buena».

Ese celo autocrítico, en todo caso, no logrará ablandar a los detractores de Allen, especialmente considerando que, por otro lado, todas las menciones a mujeres que el libro incluye van acompañadas de opiniones sobre su aspecto. De Scarlett Johansson dice que, cuando trabajó con ella «no solo era bella y talentosa, también sexualmente radiactiva»; a Christina Ricci la describe como «bastante deseable», y considera que el cuerpo de Rachel McAdams «vale un millón de pavos visto desde cualquier ángulo». Y no es solo su modo de hablar de las mujeres lo que deja bastante que desear; también cuando lo hace de asuntos como su agresiva heterosexualidad --a causa de la que jamás, asegura, entraría en un baño turco--, el narrador de A propósito de nada reitera que, igual que sus películas más recientes, él también es producto de un tiempo pasado.

UN MISÁNTROPO / A él, eso sí, nada de eso le quita el sueño. Sabe que el libro no mejorará su imagen, y no le importa: «Lo bueno de ser un misántropo es que los demás nunca te decepcionan», comenta. En general, cree haber tenido una vida maravillosa. «Si me muriera ahora mismo, no me podría quejar», añade. «Y mucha otra gente tampoco se quejaría». En última instancia, recordemos, lo que los demás opinen de él no le importa lo más mínimo. «En lugar de vivir en los corazones del público, prefiero hacerlo en mi apartamento», sentencia.