A sus 75 años, Woody Allen parece haber recuperado la buena salud creativa gracias a la comedia romántica Medianoche en París, la tercera película que dirige con dinero catalán y la quinta de su carrera encargada de inaugurar el Festival de Cannes. El director neoyorquino conversó allí con el Cuaderno del Domingo acerca de su carrera, sus obsesiones artísticas, sus opiniones políticas y su amor por el béisbol.

--En ´Medianoche en París´ usted trata de contradecir la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero, ¿qué opina del presente?

--Creo que vivimos en un tiempo terrible, todos lo son. La vida es un fenómeno trágico, triste y cruel, y el mundo se halla en una situación terrible. No sé si la humanidad podrá sobrevivir 100 o 200 años más. Estamos superpoblando el planeta, lo estamos llenando de contaminación, lo hemos gestionado de forma desastrosa. Pero la Belle Epoque tampoco fue un buen momento, sufrían sífilis y tuberculosis, y los niños morían al nacer, y en los 40 estuvieron los nazis. Todas las épocas de la historia son un asco.

--El paso del tiempo es una constante en su cine. ¿Qué significa para usted?

--Lo mismo que para todo el mundo: es el enemigo, no es bueno en absoluto. Carson McCullers solía referirse a él como a ese idiota interminable que gobierna el mundo. Todo cuanto conlleva el paso del tiempo es decadencia. Odio el tiempo.

--Y del amor, otro de sus temas de cabecera, ¿qué opina?

--Por las razones psicológicas que sean, las personas crean vínculos con otras personas, y esos vínculos llegan a ser muy complicados porque todas las personas somos muy complicadas. Hay que ser muy afortunado para encontrar a alguien cuyos problemas se complementen y compenetren con los tuyos a la perfección. A lo largo de la historia, desde los griegos, cada escritor, Balzac, Flaubert, Jane Austen, todos tuvieron problemas en sus relaciones. Los matrimonios acaban en divorcio, las relaciones se rompen. Es doloroso.

--Pero necesario.

--Es distracción, y todos las necesitamos. Si no llegaríamos a casa y no haríamos más que pensar en lo horrible que es todo. Así que vamos a trabajar y aprendemos a tocar instrumentos y vamos al cine y vemos partidos de béisbol.

--Su película defiende la fantasía como tabla de salvación en la vida. ¿Qué importancia tiene para usted?

--La fantasía es nuestra única salvación. Todos estamos atrapados en la realidad, y la realidad es como Las Vegas: puede que ganes unas monedas, pero nunca lograrás hacer saltar la banca. Tampoco puedes hacer saltar la banca en la vida. Todo cuanto puedes hacer es imaginar, tener fantasías. Aunque demasiada fantasía también es mala, es enfermiza.

--Esta es su 42 película como director. ¿Qué le enorgullece más?

--He hecho 42 películas y podría encontrar 6 o 7 que son muy buenas.

--¿Solo?

--Puede que ocho, o puede que cinco. Son películas de las que no tengo por qué avergonzarme. Se las podría mostrar a Kurosawa o Bergman sin sonrojarme. Pero no creo haber hecho ninguna obra maestra y, en todo caso, la mayoría de mis películas son solo pasables.

--¿Y lamenta algo?

--Precisamente no haber hecho una película que pudiera hacerle sombra al cine de esos maestros, que fuera una obra maestra indiscutible. Me temo que ya es un poco tarde.

--Pero son los años los que acaban decidiendo qué es una obra maestra y qué no, ¿no es así?

--Yo pienso igual que un juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos que dijo una vez, juzgando un caso de pornografía: No sabría definirla, pero la identifico cuando la veo . Yo no sé definir qué es una obra maestra, pero sé que Rashomon lo es, y El ladrón de bicicletas lo es.

--¿Es más fácil hacer buen cine ahora que antes?

--Hay cineastas enormes que las pasan canutas porque el sistema se lo pone muy difícil. La industria está interesada en ganar cientos de millones, no en hacer grandes películas. Pero creo que si los cineastas de hoy pudieran hacer con libertad el cine que quieren, veríamos muchos sucesores de Truffaut y De Sica.

--Pese a que sus películas incluyen reflexiones profundas sobre el amor y la muerte, su forma de hacer cine se percibe muy relajada. ¿No se toma muy en serio a sí mismo?

--En efecto. Me gusta trabajar rápido y luego irme a casa a ver el partido, no soy un perfeccionista, soy perezoso. Las películas no son una prioridad en mi vida. Mi prioridad son mis hijos, mi mujer, mi clarinete, el béisbol. El cine es solo un trabajo que me divierte, y no quiero convertirlo en algo desagradable. Nunca grito a nadie en los rodajes, no me pongo nervioso. Y no tengo ideas complicadas. Si se me ocurre una historia que sucede en el Africa negra, la desecho de inmediato. No quiero trabajar si no es en una ciudad agradable.

--En ´Medianoche en París´ aparece Carla Bruni. ¿Rodaría una película con alguna otra primera dama? ¿Michelle Obama, por ejemplo?

--No, Carla fue modelo, es guitarrista y cantante, conoce perfectamente la cámara. Michelle es abogada y no tiene bagaje en el mundo del espectáculo. Dicho esto, me encantan tanto ella como su marido.

--¿Ha cambiado su opinión de Obama desde que fue elegido presidente?