SEPULCROS DE VAQUEROS

Roberto Bolaño

Algaguara

Se podría decir que el Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) de Sepulcros de vaqueros es un escritor que, como el Fray Servando de El mundo alucinante de Reinaldo Arenas, se ha convertido en un poeta que escribe su biografía rodeado de llamas en el centro de una hoguera: una hoguera que no es sino el propio infierno de la escritura.

Sea lo que sea eso que llamamos work in progress, en Bolaño el sintagma da cuenta de lo que significó la literatura para el autor de Los detectives salvajes. Porque Bolaño entendió la escritura como un vastísimo campo de fuerzas que podía retomar aquí y allá sin importar en exceso el control sobre ese «infierno». Por ello, este nuevo libro póstumo también puede ser leído como «…una novela que, por otra parte, no empieza en la novela, en el objeto libro que la contiene, ¿lo entiende? Sus primeras páginas están en otro libro, o en un callejón donde se ha cometido un crimen, o en un pájaro que observa un grupo de niños que juegan», tal y como afirma el protagonista de la última sección del libro. Es fácil tener la impresión de que lo único en lo que creía Bolaño era en escribir. Publicar debía ser el milagroso daño colateral que poco o nada tiene que ver con su trabajo espartano de la escritura.

HÉROES EFÍMEROS / Sepulcros de vaqueros, escrito entre 1993 y el 2003, es otra prueba más de que para Bolaño, lo decisivo era no estar parado, y lee. Las tres novelas breves que contiene (Patria, Sepulcros de vaqueros y Comedia del horror en Francia) son textos que poseen un claro sabor a Bolaño. Las tres nouvelles contienen historias y personajes que ya habían aparecido de un modo u otro en Estrella distante, en Llamadas telefónicas, Nocturno de Chile o en Los sinsabores del verdadero policía.

Y también están, claro, las marcas de una poética ineluctable: una evidente carga autobiográfica (más que evidente en Patria, donde el personaje que abre el texto es un boxeador como lo era el padre de Bolaño), unos personajes de fuertes convicciones revolucionarias que se convierten en héroes efímeros y nómadas dispuestos a empuñar las armas y enfrentarse a todo y a todos y que gozan de una inmadurez a prueba de bomba, un lirismo desconcertante en una prosa contundente, una sensación general de que todo tiene el clima extraño de lo onírico, un fragmentarismo y perspectivismo que muy a las claras se convierte en el andamiaje de estos tres textos hasta decir basta, la presencia obsesiva de Chile, México, la otra patria del autor de 2666 y del surrealismo (en este libro, el Grupo Surrealista Clandestino), un juego constante con lo policíaco y con personajes que extrañamente son escritores, como Diodoro Pilon, el protagonista de la portentosa tercera parte del libro.

«Si el paraíso, para ser paraíso, propicia un vasto infierno, el deber del poeta es convertir el paraíso en infierno». Y a fe que Bolaño logra en este libro, una vez más, que el lector ingrese en un paraíso deliciosamente infernal. Pasen y vean cómo trabajaba uno de los grandes convirtiendo su escritura en un juego.