Entre el 2009 y el 2011 se publicaron en Noruega los seis volúmenes del celebrado ciclo autobiográfica Mi lucha de Karl Ove Knausgard. En su obvia desmesura, el proyecto es anacrónico, más propio de unos tiempos lentos, sin pantallas ni otras dispersiones.

Ahora aparece aquí la última entrega, Fin, que en sus más de mil páginas duplica los tomos anteriores y, en cierto modo, los contiene y sobrepasa. Se mantiene fiel al tono autopurgativo y al escrutinio inmisericorde del pasado -como un sol negro, el influjo devastador sobre él de su padre alcohólico-, la autopsia mental y sentimental de sí mismo, la descripción parsimoniosa de las trivialidades del día a día, la autocomplacencia en la disquisición filosófica o culturalista..., pero con este sexto tomo se da una nueva torsión reflexiva, situando al autor y al mismo proyecto ante un espejo autocrítico que los refleja a ambos en presente, como sucede en Las Meninas.

Con esa duplicación, Knausgard se enfrenta al sentido de emprender y culminar una empresa faraónica de esta magnitud y, en los tres capítulos de Fin (aunque reunidos en dos partes) da cuenta de su angustia multiforme ante el tsunami que desata la publicación, se abandona en densas cavilaciones en torno al drenaje verbal del yo (es decir, de la conciencia) y, en fin, de su «lucha» particular (pero extrapolable a cualquier escritor) contra el desequilibrio, la pérdida de control y la locura. Nada de lo que digo puede dar idea de la complejidad con que el autor penetra en estas cuestiones ni de las irradiaciones y concatenaciones que provoca. Así, la angustia que empapa la primera parte está causada por la indignada reacción de su tío Gunnar tras la lectura del manuscrito, que lo considera una vejación a toda la familia y amenaza con los tribunales. El meollo de ese conflicto es de orden moral, pues se trata del daño que se puede causar a otros sin pretenderlo, como sucede con los tres hijos de Knausgard, omnipresentes en esta parte. O con su esposa Linda o su pragmático amigo Geir, en quienes busca apoyo y consejo para soportar la tensión y aferrarse a su deseo de publicar su libro contra viento y marea.

En el centro de Fin se incrusta un largo ensayo que parte del estremecedor poema de Paul Celan Fuga de la muerte (al que se llega a través de Kafka, Hamsum, Joyce, Faulkner y Rilke) para cuminar en el Mein Kampf de Hitler, para reflexionar sobre la vulgaridad prosaica de la que surge el narcisismo megalomaníaco y deja entrever el temor a que también en él exista alguna forma de escritura monstruosa. Aquí el lector, agotado por la facundia sin bridas de Knausgard, podría estar de acuerdo. No obstante, la fatiga que pueda producir la erudición desaparece en la última parte, con la recuperación de la crónica de la bulliciosa rutina familiar y, con ella, los efectos de la publicación de la autobiografía, que ahora lastiman a Linda y los niños.

Es entonces el momento de ponderar el valor de esa lucha de afirmación y autoconocimiento en relación con los daños infligidos. Y el de juzgar si su «experimento» de cartografía del yo ha triunfado o no.

Con los seis tomos a la vista, es fácil (o al menos así puede parecerlo) ver su parentesco con En busca del tiempo perdido de Proust: ambas novelas-río exploran la naturaleza y representación del yo y narran cómo sus autores, Marcel y Karl Ove, llegaron a escribir lo que estamos leyendo. Si Proust condujo al límite la novela realista, el noruego ha trascendido las fronteras de la autoficción inyectándole grandes dosis de confesionalismo desgarrado, de objetivismo monótono y de especulación de altos vuelos.

FIN

Karl Ove Knausgard

Anagrama

1.024 páginas