Como si de la canción de Celtas Cortos se tratara, me he tirado toda la semana intentando cuadrar el «25 abril 2015» con el inicio de «20 de abril del 90»… En mi cabeza sonaba increíblemente bien, así que estuve toda la semana tarareándola.

La última semana fue muy bonita. Había nervios y dudas, pero sabíamos que teníamos el control de todo lo que estaba en nuestras manos, estaba todo en su sitio y habíamos realizado un grandísimo trabajo durante toda la temporada. Habíamos sufrido mucho, además de tener algún que otro contratiempo, por supuesto.

A nivel personal fue un inicio duro, pero acabaría de una manera especial. Ni en los mejores sueños me hubiera imaginado un final así. Todo viene desde un tiempo atrás… El 28 de mayo de 2014, al acabar la temporada 2013-14, me operé de un neuroma de Morton en el pie derecho, entre el tercer y cuarto metatarsiano. Hubo complicaciones en la cicatrización de la herida que me mantuvieron todo el verano sin poder hacer deporte y prácticamente tampoco pude hacer vida normal.

Tras más de tres meses parado llegué a la pretemporada con la herida aún abierta, había un acceso del tamaño de la uña del meñique, en el empeine, y tenía que tener sumo cuidado para evitar que las infecciones me siguieran manteniendo alejado de las pistas aún por más tiempo. Finalmente se fue cerrando poco a poco y no volvió a dar guerra. ¡Por fin!

Veníamos de ganar nueve partidos seguidos. El último fue frente a Tarragona, donde jugaba un grande, mi amigo Dani Martínez, En ese momento no nos conocíamos y nada hacía presagiar que jugaríamos juntos unos años después. Aquel partido fue muy feo, embarrado, con nervios, pero finalmente lo ganamos sacando el orgullo verdinegro que nos caracterizaba, orgullo de ganadores en el último cuarto, haciendo un parcial increíble de 6-22.

Ya casi estaba. Llegábamos al último partido de liga, jugándonos el ascenso y dependiendo única y exclusivamente de nosotros mismos. Estábamos dónde y cómo queríamos, y eso lo sabíamos todos.

EL AMBIENTE QUE SE VIVIÓ durante aquella semana no se me olvidará en la vida. La gente nos paraba por la calle, en los supermercados, nos daban las gracias por haber llegado hasta allí, nos quitaban responsabilidad y nos decían que les habíamos devuelto la ilusión por el baloncesto, que con eso ya era suficiente, pero os voy a decir una cosa: «eso no se lo cree nadie». Podía ser verdad o no, pero yo soy de los que piensa que si habíamos llegado hasta allí, era para rematarlo. Para rematarlo delante de nuestra gente, disfrutar con la familia verdinegra que llenó el Multisueños, cinco mil almas cacereñas entregadas y dejándose todo por su equipo.

El día del partido comí en casa tranquilamente con Cristina, Celia (la madrina de la pequeña terremoto) y mis padres, que habían venido de Almería. Mientras poníamos la mesa, mi madre me cogió en el pasillo de casa y me preguntó que cómo estaba, si estaba nervioso. Aunque no os lo creáis, os puedo asegurar que yo me encontraba tranquilo. Sabía que todo iba a salir bien y le dije que no, a lo que ella me respondió: «pues yo sí, hijo mío». Suelo ser bastante maniático en el día del partido, y en aquel entonces lo era aún más, así que tuve que comer con un tenedor de Celia con el escudo de Almendralejo (desde que lo trajo, los días de partido comía con ese; ahora ya me fijo un poco menos en eso, pero si me acuerdo, lo cojo, jeje).

En mitad de la comida tuve que bajar a recibir a Gabi y Alex, dos amigos que también vinieron de Almería. He de reconocer que eso fue lo único que se trastocó un poco, porque la idea era que llegaran un poco antes de comer, para poder hacerlo juntos, pero bueno, es un viaje muy largo. Hasta ahí todo normal: siesta y al partido.

FUI SOLO AL PARTIDO con mi coche y conforme me iba acercando al Multisueños me empezaba a invadir una sensación superintensa, como si supiera que algo grande iba a suceder esa noche Los Golfinegros nos recibieron a las puertas. Cuando fui entrando por el pasillo de vestuarios asomé la cabeza por la pista: las gradas estaban decoradas con globos verdes y negros, había unas pancartas gigantes con nuestras fotos…. Sabía que no podíamos decepcionar a toda esa gente que lo daba todo por nosotros, por mucho que nos dijeran que para ellos llegar hasta allí ya era suficiente. Teníamos que conseguirlo.

Al entrar al vestuario había unas cuantas fotos de cada uno: jugando, con la afición, mensajes de ánimo personalizados para cada uno de nosotros…. ¡menuda afición! ¿De verdad nos merecíamos esto? ¡Qué pasada!

Todos teníamos los pelos de punta, nos mirábamos unos a otros y pensábamos «qué guapo está todo esto…». Se nos saltaban las lágrimas y aún no habíamos empezado ni a calentar. No podíamos dejar que nuestras emociones estuvieran por encima de la concentración, debíamos mantener la calma y tratar de estar lo mejor preparados para la batalla final frente a Guadalajara. Por tanto, ducha de agua fría. Ahí empieza el partido.

13-17 PERDIENDO perdiendo en el minuto 12, ojo que todo se puede ir al traste, hay que ponerse el mono de trabajo y apretar los dientes. Parcial de 23-7 en ocho minutos y nos vamos al descanso con 36-34. Todo pintaba mejor.

Incluso estando arropados por nuestra gente y viviendo un ambiente que personalmente me recordaba al de los partidos contra el Madrid o Barça en la época de ACB, nos costaba estar en el partido, anotando solo diez puntos en el tercer cuarto, 46-50.

Si me permitís, me gustaría citar la crónica de Javier Ortiz en El Periódico Extremadura para contaros el último cuarto: «Los últimos diez minutos de la temporada resultaron un drama con final eufórico. Apenas Richard Nguema con sus penetraciones o Brandon Sebirumbi con un mate de póster encontraban con claridad el aro rival, pero el Guadalajara se veía afectado por el griterío reinante. Los empates se sucedieron hasta el cara o cruz del minuto final».

Vuelvo para contarlo yo. Faltaban 40 segundos y ganábamos por un punto, 63-62. José Marco subió el balón para jugar un ‘pick and roll’ central con Brandon. Ante la imposibilidad de sacar ninguna ventaja porque Guadalajara colapsaba muchísimo la pintura, se la pasó a Rolandas, y este a mí en 45 grados, justo delante del banquillo visitante. Yo recibí, analicé la situación y vi que, pese a tener al defensor delante, tenía el espacio necesario para levantarme sin necesidad de modificar un poco el tiro. Una pequeña finta hizo que tuviera aún más espacio y me levanté. Cuando el balón salió de la mano supe que iba dentro, fue un tiro perfecto… y entró limpia. Conforme iba el balón en el aire, veía todo a cámara lenta, hasta Javi Juárez, el entrenador de Guadalajara, me da una cachetada en el culo mientras el balón está a punto de entrar.

NUNCA OLVIDARÉ aquella sensación, notaba cómo iba subiendo la adrenalina y se me pasaron muchas cosas por la cabeza: todo el esfuerzo que habíamos hecho para llegar hasta allí, y a nivel personal, el haberme ido de casa tan pequeño, no haber cesado en el empeño de llegar a ser profesional, las horas de viajes, torneos y campeonatos alejado de tus seres queridos y, por supuesto, la lesión, la maldita operación.

Pero todo eso ya había pasado y me había hecho más fuerte, ahora había que disfrutar. No todo el mundo tiene la suerte de que le llegue el balón en un momento tan importante y complicado, así que, cuando acabó el partido, con lágrimas en los ojos, estallé y me puse de pie en una valla enfrente de la grada repleta. Estaban allí mis tíos, unos amigos, mis suegros… además de Cris, mis padres y mi hermano. Nos chocamos la mano y soltamos todo lo que teníamos dentro, solo ellos sabían el esfuerzo que supone poder llegar a pelear por este tipo de momentos. Seguidamente y, como un loco, corrí en busca de mis compañeros como pollo sin cabeza (cosa que no fue nada fácil porque la gente había asaltado la pista). Nos abrazábamos con grandísimo entusiasmo, realmente fue una locura.

«Casi 23 años después y prácticamente la misma historia. El Cáceres Patrimonio de la Humanidad consiguió anoche el ascenso a LEB Oro tras vencer por 67-63 al Guadalajara gracias a una canasta heroica de Luis Parejo, al que desde ahora quizás haya que apodarle ‘Jordi Freixanet’, como el jugador que dio el enceste que sirvió para subir el 10 de mayo de 1992 a la ACB. El 25 de abril del 2015 ya queda como fecha mítica a su lado».

Os voy a contar un pequeño secreto. Yo, como buen ‘flipao’ al baloncesto, estuve toda la semana ideando cómo celebrar el ascenso, y al final se me ocurrió llevarme en la mochila una gorra de los Bulls y unos puros, al más genuino estilo NBA. Además, esa semana también fui a comprar botellas de champán. Menuda faena si no llegamos a ascender… jaja.

LA CELEBRACIÓN en el vestuario fue demasiado, ahí sí que soltamos toda la tensión acumulada, metimos a Ñete en la ducha, nos tiramos de todo por encima… Increíble. Luego vino la entrega de la copa, con más gente aún en la pista… ¡y a celebrarlo!

«Parejo, como los grandes, no tuvo miedo y su triple provocó un gozoso seísmo en el Multiusos. El Cáceres se merecía subir, su gente también. El basket extremeño vuelve a estar donde le corresponde», escribía Javier.

Hay momentos en los que la vida parece que va en contra de ti, donde solo hay trabas, dificultades y ves montañas cada vez más altas, y piensas que será imposible escalarlas. Pues no. Ahí es cuando debes seguir trabajando y creyendo en tus posibilidades, ser constante y luchar por tus sueños. Yo siempre he pensado que si algo cuesta y es difícil, es porque merece la pena. Si no, estaría al alcance de todo el mundo. No creo mucho en el karma y esas cosas. Sí en el trabajo, pero sí es cierto que a posteriori le di las gracias al karma por devolverme todo aquel sufrimiento que pasé con la operación, los momentos duros y malos que tenemos todos los deportistas, de aquella forma inolvidable. Llámalo karma o llámalo equipos… pero ser honrado y trabajador es de las mejores inversiones, si no la mejor, que puedes hacer en la vida.

Gracias, baloncesto.

#YoMeQuedoEnCasa saboreando aquella maravillosa y mágica noche…